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Una-tierra-prometida (1)

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Con mucho tacto, Gibbs ignoró la pregunta. Favs estaría esperándome

frente al despacho Oval para trabajar conmigo en la declaración que

quisiera hacer, dijo. Cuando colgué, Michelle me preguntó a qué se debía la

llamada.

—Me van a dar el Premio Nobel.

—Eso es maravilloso, cariño —dijo, y se dio la vuelta para dormir un

rato más.

Una hora y media después, Malia y Sasha pasaron por el comedor

mientras desayunaba.

—Qué gran noticia, papá —dijo Malia, que se colgó la mochila al

hombro—. ¡Has ganado el Premio Nobel... y es el cumpleaños de Bo!

—¡Además, este fin de semana hay tres días de fiesta! —añadió Sasha,

alzando el puño.

Ambas me besaron en la mejilla antes de salir por la puerta para ir a la

escuela.

En el jardín de las Rosas declaré ante los medios allí reunidos que,

transcurrido menos de un año desde el inicio de mi presidencia, no creía

merecer estar en compañía de aquellas figuras transformadoras que habían

sido premiadas en el pasado. Por el contrario, veía el galardón como una

llamada a la acción, un medio para que el comité del Nobel diera impulso a

causas para las cuales el liderazgo estadounidense era vital: reducir las

amenazas de las armas nucleares y el cambio climático; paliar la

desigualdad económica, defender los derechos humanos y reducir las

divisiones raciales, étnicas y religiosas que tan a menudo alimentaban el

conflicto. Dije que creía que el premio debería compartirse entre quienes

trabajaban en todo el mundo, a menudo sin reconocimiento, por la justicia,

la paz y la dignidad humana.

Al volver al despacho Oval, pedí a Katie que pusiera en espera las

llamadas de felicitación que empezaban a llegar y me tomé unos minutos

para meditar sobre la creciente distancia entre las expectativas y las

realidades de mi presidencia. Seis días antes, trescientos militantes afganos

habían irrumpido en un pequeño puesto de avanzada estadounidense en el

Hindú Kush y matado a ocho soldados y herido a veintisiete más. Octubre

sería el mes más mortífero para las tropas estadounidenses en Afganistán

desde el inicio de la guerra ocho años antes. En lugar de marcar el

comienzo de una nueva era de paz, me enfrentaba a la posibilidad de

mandar más soldados a la guerra.

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