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Una-tierra-prometida (1)

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impresionará a nuestros aliados e infundirá miedo a nuestros enemigos?»

Como le dije más tarde a Denis, me recordaba a aquella canción de cuna

sobre una anciana que se tragó una araña para atrapar una mosca.

—Acaba tragándose un caballo —dije.

—Y está muerta, claro —respondió Denis.

A veces, tras una de aquellas sesiones maratonianas, volvía a la pequeña

caseta junto a la piscina situada cerca del despacho Oval para fumar un

cigarrillo e impregnarme del silencio, notando los nudos en la espalda, los

hombros y el cuello, señales de que pasaba demasiado tiempo sentado, pero

también de mi estado mental. Ojalá la decisión sobre Afganistán fuera una

cuestión de determinación, pensé, de voluntad, acero y fuego. Así le

sucedió a Lincoln cuando trataba de salvar la Unión o a Franklin D.

Roosevelt después de Pearl Harbor, con Estados Unidos y el resto del

mundo enfrentándose a la amenaza mortal de unas potencias

expansionistas. En tales circunstancias, aprovechabas todo lo que tuvieras

para organizar una guerra total. Pero, en el aquí y ahora, las amenazas a las

que hacíamos frente (redes terroristas mortíferas pero sin Estado; naciones

rebeldes pero, por lo demás, débiles) eran reales pero no existenciales, con

lo cual la determinación sin previsión era más que inútil. Y nos llevó a

librar guerras equivocadas y a meternos en atolladeros. Nos hizo

administradores de terrenos inhóspitos y creamos más enemigos de los que

vencimos. Gracias a nuestro poder sin igual, Estados Unidos podía decidir

qué, cuándo y cómo combatir. Decir lo contrario, insistir en que nuestra

seguridad y nuestra posición en el mundo nos exigían hacer todo lo que

pudiéramos mientras pudiéramos y en todos los casos, significaba abdicar

de la responsabilidad moral; la certeza que ofrecía era una mentira

reconfortante.

El 9 de octubre de 2009 hacia las seis de la mañana, la operadora de la Casa

Blanca me despertó para avisarme de que Robert Gibbs estaba al teléfono.

Las llamadas de mis asesores a aquellas horas eran infrecuentes y me dio un

vuelco el corazón. ¿Era un atentado terrorista? ¿Un desastre natural?

—Le han concedido el Premio Nobel de la Paz —anunció Gibbs.

—¿A qué se refiere?

—Acaban de anunciarlo hace unos minutos.

—¿Por qué?

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