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Una-tierra-prometida (1)

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Entre sus muchos dones, nuestra hija tuvo el de la oportunidad: sin

sesiones en el Senado, sin clases y sin grandes casos pendientes en los que

trabajar, pude tomarme libre el resto del verano. Al ser de naturaleza

noctámbula, me hice cargo del último turno para que Michelle pudiera

dormir, y me ponía a Malia sobre las piernas para leerle alguna cosa

mientras ella me miraba con sus ojazos curiosos, o me quedaba traspuesto

con ella apoyada sobre mi pecho, tan calentita y serena, una vez libre de

gases y de una buena caca. Pensé en las generaciones de hombres que se

habían perdido momentos como ese, también pensé en mi padre, cuya

ausencia me ha marcado más que el poco tiempo que pasé con él, y me di

cuenta de que no querría estar en ningún otro lugar del planeta.

Pero los esfuerzos de la paternidad recién estrenada acabaron pasando

factura. Tras unos meses dichosos, Michelle volvió al trabajo y yo volví a

hacer malabarismos con los tres que tenía. Tuvimos la suerte de encontrar

una niñera maravillosa que cuidaba de Malia durante el día, pero la

incorporación de una empleada a tiempo completo a nuestra empresa

familiar obligó a exprimir al máximo nuestro presupuesto.

Michelle soportó el peso de todo eso: compaginaba la maternidad con el

trabajo mientras dudaba de que estuviera haciendo bien una u otro. Muchas

noches, tras alimentar a Malia, bañarla y leerle un cuento, limpiar el piso,

tratar de recordar si había recogido la ropa de la tintorería y ponerse una

nota mental para pedir cita con el pediatra, caía rendida en una cama vacía,

consciente de que el ciclo empezaría de nuevo en unas pocas horas,

mientras su marido andaba por ahí haciendo «cosas importantes».

Empezamos a discutir más, muchas veces a última hora de la noche,

cuando ambos estábamos completamente exhaustos. «Esto no es a lo que yo

me había comprometido, Barack —me dijo en un momento dado—. Siento

que lo estoy haciendo todo yo sola.»

Eso me dolió. Cuando no estaba trabajando, estaba en casa. Y si estaba

en casa y olvidaba recoger la cocina después de cenar era porque tenía que

quedarme despierto hasta tarde corrigiendo exámenes, o dándole los

últimos retoques a un informe. Pero incluso mientras preparaba mi defensa

sabía que no estaba dando la talla. Tras el enfado de Michelle había una

verdad más concreta. Yo estaba intentando cumplir en muchos ámbitos

distintos con muchas personas diferentes. Había tomado el camino difícil,

tal y como ella había predicho cuando nuestras cargas eran más ligeras,

nuestras responsabilidades personales menos enmarañadas. Pensé en la

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