07.09.2022 Views

Una-tierra-prometida (1)

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

Volviendo la vista atrás, tiendo a creer a Gates cuando comentó que no

existía un plan coordinado de Mullen, Petraeus o McChrystal para

condicionar mis decisiones (aunque más tarde reconoció haber oído de una

fuente fiable que un miembro del equipo de McChrystal había filtrado el

informe del general a Woodward). Sé que los tres estaban motivados por

una convicción sincera en la pertinencia de su postura y que, como altos

mandos militares, consideraban que ofrecer su valoración honesta en un

testimonio público o hacer una declaración a la prensa con independencia

de las consecuencias políticas formaba parte de su código. Gates se

apresuró a recordarme que la franqueza de Mullen también había irritado al

presidente Bush, y tenía razón cuando afirmó que los altos cargos de la

Casa Blanca también intentaban a menudo trabajarse a la prensa entre

bastidores.

Pero también creo que el episodio ilustró lo acostumbrados que estaban

los militares a conseguir lo que querían durante los años con Bush y el

grado en que algunas decisiones políticas básicas (sobre la guerra y la paz,

pero también sobre las prioridades presupuestarias, los objetivos

diplomáticos y los posibles equilibrios entre la seguridad y otros valores en

Estados Unidos) se habían delegado continuamente en el Pentágono y la

CIA. Era fácil ver las causas de ello: después del 11-S, el impulso por hacer

lo que fuera necesario para frenar a los terroristas y la negativa de la Casa

Blanca a formular preguntas difíciles que pudieran representar un

obstáculo; un ejército obligado a deshacer el entuerto resultante de la

decisión de invadir Irak; una ciudadanía que, con razón, veía al ejército

como un organismo más competente y fiable que los políticos que en teoría

debían definir las políticas; un Congreso interesado eminentemente en

eludir responsabilidades derivadas de problemas complejos en política

exterior; y una prensa que podía mostrarse en exceso deferente con

cualquiera que luciera estrellas en el hombro.

Hombres como Mullen, Petraeus, McChrystal y Gates (todos ellos líderes

probados completamente centrados en las tareas extremadamente difíciles

que tenían ante ellos) tan solo habían llenado un vacío. Estados Unidos

tenía suerte de contar con aquellos hombres en sus puestos y, en las fases

avanzadas de la guerra en Irak, casi siempre habían tomado las decisiones

correctas. Pero, tal como dije a Petraeus la primera vez que nos reunimos en

Irak, justo antes de mi elección, la labor del presidente era mostrar amplitud

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!