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Una-tierra-prometida (1)

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Yo coincidía con él. No era ni mucho menos la primera vez que se

filtraban a la prensa las discrepancias de mi equipo, pero sí la primera vez

que, durante mi presidencia, tenía la sensación de que todo un organismo a

mi cargo estaba siguiendo una agenda propia. Decidí que también sería la

última. Poco después del testimonio de Mullen en el Congreso, les pedí a él

y a Gates que se reunieran conmigo en el despacho Oval.

—Bueno —dije cuando nos sentamos y les hube ofrecido café—, ¿no

dejé claro que quería tiempo para estudiar el informe de McChrystal? ¿O es

que su gente sencillamente no me respeta?

Ambos se retorcieron incómodos en el sofá. Como suele ocurrir cuando

me enfado, no alcé el tono de voz.

—Desde que juré el cargo —proseguí—, me he esforzado en crear un

ambiente en el que se escuchen las opiniones de todos. Y creo que he

mostrado disposición a tomar decisiones impopulares cuando lo he

considerado necesario para la seguridad nacional. ¿Está de acuerdo con eso,

Bob?

—Así es, señor presidente —respondió Gates.

—En ese caso, cuando inicio un proceso que decidirá si envío a decenas

de miles de soldados a una zona de guerra mortífera con un coste de cientos

de miles de millones de dólares y veo a mis líderes militares

cortocircuitando ese proceso para defender su postura públicamente, me

asaltan las dudas. ¿Es porque creen saber más que yo y no se molestan en

responder a mis preguntas? ¿Es porque soy joven y no estuve en el ejército?

¿Es porque no les gustan mis políticas...?

Hice una pausa para que calara la pregunta. Mullen se aclaró la garganta.

—Creo que hablo por todos sus mandos militares, señor presidente —

repuso—, cuando digo que sentimos el mayor respeto por usted y su cargo.

Asentí.

—Bien, Mike, confío en su palabra. Y yo le doy la mía de que tomaré

una decisión sobre la propuesta de Stan basándome en los consejos del

Pentágono y en lo que considere que satisface mejor los intereses de este

país. Pero, hasta entonces —afirmé, inclinándome hacia delante para mayor

énfasis—, me encantaría que mis asesores militares dejaran de decirme lo

que debo hacer en la portada del periódico matinal. ¿Le parece justo?

Mullen estaba de acuerdo y pasamos a otras cuestiones.

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