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Una-tierra-prometida (1)

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ignorar la recomendación unánime de unos generales experimentados que

habían logrado mantener cierta estabilidad en Irak y ya se hallaban en

medio de los combates en Afganistán. Por lo tanto, pedí a Jim Jones y Tom

Donilon que organizaran una serie de reuniones del Consejo Nacional de

Seguridad en las que, alejados de la política del Congreso y de las quejas de

los medios de comunicación, podríamos repasar metódicamente los detalles

de la propuesta de McChrystal, ver cómo encajaban con los objetivos que

antes nos habíamos marcado y acordar la mejor manera de proceder.

Sin embargo, descubrimos que los generales tenían otras ideas. Solo dos

días después de recibir el informe, The Washington Post publicó una

entrevista con David Petraeus en la que declaraba que cualquier esperanza

de éxito en Afganistán exigiría bastantes más tropas y una estrategia

contrainsurgente «exhaustiva y con plenos recursos». Unos diez días

después, tras nuestro primer debate sobre la propuesta de McChrystal en la

sala de Crisis, Mike Mullen se presentó en el Comité del Senado sobre

Fuerzas Armadas para una sesión programada y expuso el mismo

argumento, además de tachar cualquier estrategia más reducida de

insuficiente para el objetivo de derrotar a Al Qaeda e impedir que

Afganistán se convirtiera en una futura base para ataques contra nuestro

país. Días después, el 21 de septiembre, el Post publicó una sinopsis del

informe de McChrystal, que alguien había filtrado a Bob Woodward, con el

titular: «McChrystal: más fuerzas o “fracaso de la misión”». Al poco

tiempo, McChrystal concedió una entrevista a 60 Minutes y pronunció un

discurso en Londres; en ambos casos, destacó los méritos de su estrategia

contrainsurgente en detrimento de otras alternativas.

La reacción fue predecible. Halcones republicanos como John McCain y

Lindsey Graham aprovecharon el bombardeo mediático de los generales y

entonaron la habitual letanía de que debía escuchar a mis comandantes

sobre el terreno y satisfacer la petición de McChrystal. A diario aparecían

noticias publicitando las desavenencias cada vez más marcadas entre la

Casa Blanca y el Pentágono. Los columnistas me acusaban de «titubear» y

cuestionaban que poseyera fuerza interior suficiente para liderar una nación

en tiempos de guerra. Rahm comentó que, en todos sus años en

Washington, nunca había visto semejante campaña pública orquestada por

el Pentágono para enjaular a un presidente. Biden fue más sucinto: «Es un

puto escándalo».

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