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Una-tierra-prometida (1)

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había tenido efecto alguno en su permanente tolerancia hacia los refugios

talibanes en su país. Entretanto, una reconstituida Al Qaeda que operaba en

las zonas fronterizas de Pakistán aún representaba una amenaza grave.

Sin un progreso real, todos estábamos ansiosos por ver qué tenía que

decir sobre la situación nuestro nuevo comandante de las fuerzas de

coalición, el general Stanley McChrystal. A finales de agosto, tras pasar

varias semanas en Afganistán con un equipo de asesores militares y civiles,

el general McChrystal presentó el análisis completo que Gates le había

pedido. Días después, el Pentágono lo remitió a la Casa Blanca y en lugar

de facilitarnos respuestas claras, ponía encima de la mesa una nueva ronda

de preguntas de difícil respuesta.

Gran parte del análisis de McChrystal detallaba lo que ya sabíamos: la

situación en Afganistán era mala y estaba empeorando, ya que los talibanes

se habían envalentonado y el ejército afgano estaba débil y desmoralizado.

Karzai, que se había impuesto en unas elecciones manchadas por la

violencia y el fraude, aún se hallaba a la cabeza de un Gobierno visto por su

pueblo como corrupto. Sin embargo, lo que llamó la atención de todos fue

la conclusión del informe. Para dar la vuelta a la situación, McChrystal

proponía una campaña completamente nueva de contrainsurgencia, una

estrategia militar concebida para contener y marginar a los insurgentes no

solo enfrentándose a ellos, sino trabajando simultáneamente para mejorar la

estabilidad de la población del país, a poder ser apaciguando la furia que

había llevado a los insurgentes a tomar las armas.

El planteamiento de McChrystal no solo era más ambicioso del que yo

imaginé al aceptar las recomendaciones del informe de Riedel en

primavera, sino que solicitaba al menos cuarenta mil soldados, además de

los que ya habíamos desplegado, lo cual elevaría la cifra total de efectivos

estadounidenses en Afganistán a cerca de cien mil en un futuro próximo.

«Ideal para el presidente antiguerra», observó Axe.

Era difícil no pensar que me habían vendido gato por liebre, que la

conformidad del Pentágono con mi modesto incremento inicial de diecisiete

mil soldados y cuatro mil formadores había sido una retirada táctica

temporal para luego conseguir más. En mi equipo, las divisiones sobre el

rumbo a seguir en relación con Afganistán que ya afloraron en febrero

empezaron a agrandarse. Mike Mullen, los jefes del Estado Mayor y David

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