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Una-tierra-prometida (1)

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incomodidad que solo consideraba como consecuencia de la presión

estadounidense.

La conversación fue un recordatorio de que unas elecciones por sí solas

no dan pie a una democracia funcional; hasta que Irak no encontrara la

manera de fortalecer sus instituciones civiles y sus líderes no desarrollaran

hábitos de compromiso, el país seguiría teniendo dificultades. Aun así, el

hecho de que Maliki y sus rivales estuvieran expresando hostilidad y

desconfianza a través de la política en lugar del cañón de una pistola,

contaba como progreso. Incluso con las fuerzas estadounidenses en retirada

de los centros de población iraquíes, los atentados terroristas patrocinados

por Al Qaeda en Irak habían seguido reduciéndose, y nuestros comandantes

aseguraban que el comportamiento de las fuerzas de seguridad iraquíes

mejoraba constantemente. Gates y yo coincidíamos en que Estados Unidos

tendría que desempeñar un papel crucial en Irak en los próximos años,

asesorando a ministerios clave, entrenando a sus fuerzas de seguridad,

desbloqueando puntos muertos entre facciones y ayudando a financiar la

reconstrucción del país. Pero si no había reveses importantes, por fin se

avistaba el final de la guerra de Estados Unidos en Irak.

No podía decirse lo mismo de Afganistán.

Las tropas adicionales que había autorizado en febrero ayudaron a

controlar los avances de los talibanes en algunas zonas y estaban trabajando

en la seguridad de las próximas elecciones presidenciales. Pero nuestras

fuerzas no podían revertir el creciente ciclo de violencia e inestabilidad del

país. A consecuencia del recrudecimiento de los combates en una gran

extensión del territorio, las bajas estadounidenses se habían disparado.

Las bajas afganas también iban en aumento. Había más civiles que se

veían atrapados en el fuego cruzado o eran víctimas de atentados suicidas o

bombas cada vez más sofisticadas que los insurgentes colocaban en las

carreteras. Los afganos cada vez se quejaban más sobre ciertas tácticas

estadounidenses (por ejemplo, redadas nocturnas en casas donde se

sospechaba que cobijaban a combatientes talibanes) que ellos veían como

peligrosas o perturbadoras pero que nuestros comandantes juzgaban

necesarias para lograr los objetivos. En el frente político, la estrategia del

presidente Karzai para la reelección consistía eminentemente en comprar a

gente influyente de la región, intimidar a sus adversarios y enfrentar con

astucia a varias facciones étnicas. En el plano diplomático, nuestro

compromiso de alto nivel con las autoridades pakistaníes al parecer no

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