07.09.2022 Views

Una-tierra-prometida (1)

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

miembros de la Cámara pulsaban los botones de «sí» o «no» en unos

paneles electrónicos y se proyectaba el recuento en la pantalla de televisión.

Mientras los síes aumentaban poco a poco, oía a Messina y a otros

murmurar entre dientes: «Vamos... Vamos...». Finalmente, conseguimos 216

votos, uno más de los que necesitábamos. Nuestro proyecto de ley se

aprobaría por un margen de siete votos.

La sala prorrumpió en vítores y la gente empezó a abrazarse y a chocar

las manos como si acabara de ver a su equipo ganar gracias a un home run

decisivo. Joe me agarró de los hombros y esbozó su famosa sonrisa, aún

más amplia que de costumbre. «¡Lo ha conseguido!», dijo. Rahm y yo nos

abrazamos. Aquella noche había llevado a Zach, su hijo de trece años, a la

Casa Blanca para ver la votación. Me agaché y le dije a Zach que, gracias a

su padre, millones de personas por fin gozarían de atención sanitaria si

caían enfermas. El niño sonrió de oreja a oreja. De vuelta en el despacho

Oval, llamé a Nancy Pelosi y Harry Reid para felicitarlos y, cuando hube

acabado, encontré a Axelrod junto a la puerta. Tenía los ojos un poco rojos.

Me dijo que, después de la votación, necesitaba un rato a solas en su

despacho, ya que le había traído muchos recuerdos de lo que pasaron él y su

mujer, Susan, cuando su hija Lauren sufrió los primeros ataques epilépticos.

—Gracias por seguir adelante con esto —dijo Axe con voz ahogada.

Lo rodeé con el brazo y a mí también me embargó la emoción.

—Para esto trabajamos —respondí—. Para esto mismo.

Había invitado a todos los que trabajaron en el proyecto de ley a la

residencia para celebrarlo en privado, alrededor de cien personas en total.

Sasha y Malia estaban disfrutando de sus vacaciones de primavera, y

Michelle las había llevado unos días a Nueva York, así que estaba solo.

Aquella noche hacía calor y pudimos socializar en el balcón Truman, con

los monumentos a Washington y Jefferson iluminados a lo lejos, e hice una

excepción a mi norma de sobriedad en días laborales. Martini en mano, hice

la ronda y abracé y agradecí a Phil, Nancy-Ann, Jeanne y Kathleen todo el

trabajo que habían realizado. Estreché la mano a docenas de asesores júnior,

a muchos de los cuales no conocía. Sin duda, se sentían un poco abrumados

por estar donde estaban. Sabía que habían trabajado duro en un segundo

plano, haciendo números, preparando borradores, enviando notas de prensa

y respondiendo a preguntas del Congreso, y quería que supieran cuán

importante había sido su contribución.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!