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Una-tierra-prometida (1)

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críticas, normalmente asiento y reconozco que algunos se ajustan a esos

estereotipos. Admito que ver la marabunta que se produce a diario en la

Cámara o el Senado puede agotar incluso al espíritu más resistente. Pero

también le cuento a la gente lo que me dijo Tom Perriello antes de la

votación sobre la sanidad. Describo lo que él y muchos otros hicieron al

poco tiempo de salir elegidos por primera vez. ¿A cuántos nos ponen a

prueba de esa manera y nos piden que arriesguemos una carrera con la que

tanto hemos soñado por un bien mayor?

A esa gente se la puede encontrar en Washington. Eso también es

política.

La votación final sobre la sanidad tuvo lugar el 21 de marzo de 2010,

transcurrido más de un año desde que celebramos aquella primera cumbre

en la Casa Blanca y Ted Kennedy hizo su aparición por sorpresa. En el Ala

Oeste todo el mundo estaba con el alma en vilo. Phil y la presidenta Pelosi

habían hecho recuentos informales que demostraban que superaríamos lo

más difícil, pero por poco. Sabíamos que siempre era posible que un

miembro o dos de la Cámara cambiaran de parecer repentinamente, y

podíamos prescindir de pocos votos, o ninguno.

Yo tenía otro motivo de preocupación con el que no me había permitido

obsesionarme pero que estuvo en el fondo de mis pensamientos desde el

principio. Ya habíamos puesto en orden, defendido, abordado con inquietud

y acordado una legislación de 906 páginas que afectaría a la vida de

decenas de millones de estadounidenses. La Ley de Protección al Paciente y

Cuidado de Salud Asequible era densa, exhaustiva, popular solo entre un

bando político, impactante y, sin duda, imperfecta. Y ahora había que

ponerla en práctica. A última hora de la tarde, después de que Nancy-Ann y

yo mantuviéramos una ronda de llamadas de último minuto con los

miembros que iban a votar, me levanté y miré por la ventana hacia el jardín

Sur.

«Espero que esta ley funcione —le dije— porque, a partir de mañana,

seremos propietarios del sistema de salud estadounidense».

Decidí no ver las horas preliminares de discursos en la Cámara de

Representantes. Quería reunirme con el vicepresidente y el resto del equipo

en la sala Roosevelt cuando comenzara la votación propiamente dicha hacia

las 19.30. Uno a uno, los votos fueron acumulándose a medida que los

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