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Una-tierra-prometida (1)

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su destino en los próximos seis meses probablemente dependería del estado

de la economía y de mi estatus político.

Algunos estaban buscando apoyo en la Casa Blanca para otro proyecto o

ley en los que estaban trabajando, así que los remitía a Rahm o Pete Rouse

para ver qué podíamos hacer.

Pero la mayoría de las conversaciones no fueron transaccionales.

Indirectamente, lo que buscaban los representantes era claridad sobre

quiénes eran y qué les exigía su conciencia. A veces los escuchaba repasar

los pros y los contras. A menudo comparábamos notas sobre lo que nos

había inspirado a entrar en política y hablábamos de los nervios y el

entusiasmo de aquella primera carrera y todo lo que esperábamos conseguir,

de los sacrificios que habíamos hecho nosotros y nuestras familias para

llegar donde estábamos y de la gente que nos había ayudado por el camino.

«Eso es —les decía al final—. Ese es el objetivo: tener esa rara

oportunidad, reservada a muy pocos, de llevar la historia por un camino

mejor.»

Y lo sorprendente era que, a menudo, con eso bastaba. Los políticos

veteranos decidieron dar un paso al frente pese a la oposición activa de sus

distritos conservadores, gente como Baron Hill, del sur de Indiana; Earl

Pomeroy, de Dakota del Norte; y Bart Stupak, un católico devoto de la

península superior de Michigan que trabajó conmigo para llevar el lenguaje

de las disposiciones sobre la financiación del aborto a un punto en que él

pudiera votar a favor. Lo mismo hicieron políticos neófitos como Betsy

Markey, de Colorado; o John Boccieri, de Ohio, y Patrick Murphy, de

Pensilvania, ambos jóvenes veteranos de la guerra en Irak y todos ellos

considerados estrellas en alza del partido. De hecho, con frecuencia fue más

fácil convencer a los que más tenían que perder. Tom Perriello, un abogado

especializado en derechos humanos de treinta y cinco años y convertido en

congresista que había arrancado una victoria en un distrito

mayoritariamente republicano que abarcaba una gran extensión de Virginia,

habló por muchos de ellos cuando explicó su decisión de votar a favor del

proyecto de ley.

«Hay cosas más importantes que salir reelegido», me dijo.

No es difícil encontrar a gente que odie al Congreso, votantes que están

convencidos de que el Capitolio está lleno de impostores y cobardes, de que

la mayoría de sus miembros electos están comprados por grupos de interés

y grandes donantes y motivados por el hambre de poder. Cuando oigo esas

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