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Una-tierra-prometida (1)

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(mayoritariamente inexistentes) e intentando buscar en mi expresión algún

indicio de lo que estaba sucediendo.

—Me encanta esa mujer —dije.

Aunque contábamos con la plena complicidad de la presidenta, conseguir

los votos necesarios en la Cámara de Representantes era una tarea

abrumadora. Aparte de tener que arrastrar a los progresistas pataleando y

gritando para que apoyaran un proyecto de ley hecho a medida de las

sensibilidades de Max Baucus y Joe Lieberman, la elección de Scott Brown

a menos de un año para las elecciones de medio mandato había asustado a

todos los demócratas moderados que participarían en una carrera

competitiva. Necesitábamos algo para cambiar el discurso agorero y dar

tiempo a Nancy para que convenciera a sus congresistas.

Finalmente, la oposición nos dio justo lo que necesitábamos. Meses

antes, el caucus republicano de la Cámara de Representantes me había

invitado a participar en una sesión de preguntas y respuestas en su retiro

anual, programado para el 29 de enero. Previendo que saldría a colación el

tema de la atención sanitaria, en el último momento propusimos que

abrieran el acto a la prensa. Ya fuera porque no quería soportar los ataques

de los periodistas al ser excluidos o porque estaba envalentonado por la

victoria de Scott Brown, John Boehner accedió.

No debería haberlo hecho. En una anodina sala de reuniones de un hotel

de Baltimore, bajo la presidencia del líder del caucus, Mike Pence, y con las

cadenas de noticias captando cada conversación, pasé una hora y veintidós

minutos en el escenario respondiendo preguntas de los miembros

republicanos de la Cámara, mayoritariamente sobre atención sanitaria. Para

cualquier espectador, la sesión confirmó lo que ya sabíamos quienes

habíamos estado trabajando en la cuestión: la inmensa mayoría de ellos

apenas sabía lo que contenía el proyecto de ley al que se oponían con tanta

vehemencia, no estaban tan seguros como afirmaban de los detalles de las

alternativas que proponían ni preparados para debatir la cuestión fuera de la

impermeable burbuja de los medios de comunicación conservadores.

Al volver a la Casa Blanca, propuse que aprovecháramos nuestra ventaja

invitando a la residencia a los cuatro grandes y a un grupo bipartidista de

líderes clave del Congreso para una reunión sobre sanidad que se

prolongaría toda la jornada. Una vez más, decidimos que la reunión se

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