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Una-tierra-prometida (1)

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Massachusetts, Dana Milbank, la columnista de The Washington Post ,

escribió un artículo en el que defendía vigorosamente a Rahm,

argumentando que «el mayor error de Obama fue no escuchar a Emanuel en

cuestiones de sanidad» y resumiendo por qué un paquete sanitario reducido

habría sido una estrategia más inteligente.

Que tu jefe de gabinete parezca distanciarse de ti después de que hayas

sido derribado en una pelea no es precisamente lo ideal. Aunque no me

alegró leer la columna, no creía que Rahm lo hubiera hecho a propósito. Lo

atribuí a un descuido motivado por el estrés. Pero no todo el mundo

perdonó tan rápido. Valerie, siempre protectora conmigo, se puso furiosa.

Las reacciones de otros altos asesores, ya agitados por la derrota de

Coakley, oscilaban entre el enfado y la decepción. Aquella tarde, Rahm

entró en el despacho Oval lógicamente contrito. No era su intención, dijo,

pero me había decepcionado y estaba dispuesto a presentar su dimisión.

—No dimitirá —dije.

Reconocí que se había equivocado y que tendría que aclarar las cosas con

el resto del equipo. Pero también le dije que había sido un gran jefe de

gabinete, que estaba convencido de que el error no se repetiría y que lo

necesitaba en su puesto.

—Señor presidente, no estoy seguro...

Lo interrumpí.

—¿Sabe cuál será su verdadero castigo? —dije, dándole palmadas en la

espalda cuando lo acompañaba a la puerta.

—¿Cuál?

—¡Tendrá que lograr la aprobación del maldito proyecto de ley sanitaria!

Que aún lo considerara factible no era tan disparatado como parecía.

Nuestro plan original (negociar un proyecto de compromiso entre los

demócratas de la Cámara y el Senado y luego aprobar esa legislación en

ambas cámaras) era inviable en aquel momento; con solo cincuenta y nueve

votos, jamás evitaríamos el filibusterismo. Pero, tal como me había

recordado Phil la noche que recibimos los resultados de Massachusetts, aún

nos quedaba un camino, y no pasaba por un regreso al Senado. Si la Cámara

de Representantes aprobaba el proyecto de ley del Senado sin cambios,

podría enviarlo directo a mi mesa para su firma y se convertiría en ley. Phil

creía que entonces sería posible invocar un procedimiento del Senado

conocido como conciliación presupuestaria, en el que podía someterse a

voto una legislación vinculada estrictamente a cuestiones económicas con el

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