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Una-tierra-prometida (1)

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Los titulares del país hablaban de «Victoria asombrosa» y «Derrota

histórica». El veredicto en Washington fue rápido y despiadado.

El proyecto de ley de atención sanitaria de Obama estaba muerto.

Incluso ahora me cuesta tener una perspectiva clara sobre la derrota en

Massachusetts. Puede que la creencia popular sea acertada. Quizá si no

hubiera insistido tanto en la sanidad aquel primer año y hubiera centrado

todos mis actos y declaraciones públicos en el trabajo y la crisis económica,

habríamos salvado aquel escaño en el Senado. Si hubiéramos tenido menos

asuntos entre manos, mi equipo y yo tal vez habríamos detectado antes las

señales de alerta, habríamos preparado mejor a Coakley y yo habría hecho

más campaña en Massachusetts. Pero también es posible que, teniendo en

cuenta el nefasto estado de la economía, no hubiera nada que hacer, que las

ruedas de la historia se hubieran mostrado insensibles a nuestras exiguas

intervenciones.

Sé que en aquel momento todos creíamos haber cometido un error

colosal. Los comentaristas compartían esa valoración. Los editoriales me

exigían que cambiara a mi equipo, empezando por Rahm y Axe, pero no

presté demasiada atención. Pensaba que cualquier error era responsabilidad

mía, y me enorgullecía de haber creado una cultura, tanto durante la

campaña como en la Casa Blanca, en la que no buscábamos chivos

expiatorios cuando las cosas iban mal.

Pero a Rahm le costaba más ignorar las habladurías. Después de pasarse

gran parte de su carrera en Washington, se mantenía al día con los

noticiarios veinticuatro horas, no solo en relación con las actuaciones de la

Administración, sino con el lugar que él mismo ocupaba en el mundo.

Siempre cortejaba a los líderes de opinión de la ciudad, consciente de la

rapidez con la que los ganadores se convertían en perdedores y de la

crueldad con la que los asesores de la Casa Blanca eran desacreditados

después de cualquier fracaso. En este caso, se consideraba injustamente

calumniado. Al fin y al cabo, era él quien, más que nadie, me había

advertido de los peligros políticos que entrañaba llevar adelante el proyecto

de ley de atención sanitaria. Y como solemos hacer todos cuando nos

sentimos heridos o agraviados, no pudo evitar desahogarse con amigos de

toda la ciudad. Por desgracia, ese círculo de amigos resultó demasiado

amplio. Transcurrido más o menos un mes desde las elecciones de

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