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Una-tierra-prometida (1)

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—Gracias.

—Quizá incluso hayas hecho cambiar de opinión a más de uno —

continuó—. Pero no has cambiado ningún voto.

En ese momento dirigió mi atención hacia el secretario de la sesión y

observó con satisfacción el panel iluminado por las luces verdes que

indicaban el «SÍ».

Así era la política en Springfield: una sucesión de transacciones, la

mayoría de ellas a puerta cerrada, en las que los parlamentarios

contrapesaban las presiones que ejercían diversos grupos de interés con el

desapasionamiento de mercaderes de bazar, sin dejar de prestar cuidadosa

atención al puñado de asuntos que activaban los resortes ideológicos —

armas, aborto, impuestos— capaces de encender a sus votantes.

No era que no supieran distinguir entre buenas y malas políticas.

Sencillamente, eso daba igual. Lo que todo el mundo en Springfield tenía

claro era que el 90 por ciento del tiempo los votantes, en sus hogares, no

estaban prestando atención. Llegar a un acuerdo complicado pero meritorio,

oponerte a la ortodoxia partidista para apoyar una idea innovadora... eso era

lo que podía costarte un respaldo clave, la retirada de un importante apoyo

financiero, un puesto de liderazgo, o incluso la derrota en unas elecciones.

¿Había manera de conseguir que los votantes prestasen atención? Lo

intenté. Cuando estaba de vuelta en mi distrito, aceptaba cualquier

invitación que me llegase. Empecé a escribir una columna para el Hyde

Park Herald , un semanario del barrio con menos de cinco mil lectores.

Convocaba reuniones de vecinos, en las que ofrecía refrescos y pilas de

documentos con las novedades legislativas, y luego solía quedarme ahí

junto a mi solitario ayudante, mirando el reloj mientras esperaba que llegase

una multitud que nunca aparecía.

No podía culparlos. La gente estaba ocupada, tenía familia, y seguro que

la mayoría de los debates en Springfield les resultaban ajenos. Entretanto,

en los pocos asuntos de relevancia mediática que a mis electores les

preocupaban, era probable que ya estuviesen de acuerdo conmigo, ya que

mi distrito —como la mayoría de los distritos de Illinois— había sido

delimitado con precisión quirúrgica para garantizar el predominio de uno de

los partidos. Si quería más financiación para las escuelas de los barrios

pobres, si quería mejorar el acceso a la atención primaria o fomentar la

reinserción laboral de trabajadores en paro, no tenía que convencer a mis

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