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Una-tierra-prometida (1)

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que estuviera convencida de que la iniciativa del Senado no iba a quedar en

nada). Imaginábamos que si conseguíamos que todo el Senado aprobara una

versión también consolidada de su proyecto de ley antes del descanso

navideño, podríamos aprovechar el mes de enero para negociar las

diferencias entre las versiones del Senado y la Cámara de Representantes,

enviar un proyecto de ley fusionado a ambas cámaras para su ratificación y,

con suerte, tener la legislación definitiva sobre mi mesa para su firma en

febrero.

Era un gran interrogante que dependía en gran medida de mi viejo amigo

Harry Reid. Fiel a su visión por lo general pesimista de la naturaleza

humana, el líder mayoritario en el Senado supuso que no podríamos contar

con Olympia Snowe una vez presentada la versión definitiva del proyecto

de ley de atención sanitaria («Cuando McConnell le apriete bien las clavijas

—me dijo impasible—, se arrugará como un traje barato»). Para eludir la

posibilidad de una obstruccionista, Harry no podía permitirse perder a un

solo miembro de su caucus de sesenta personas. Y tal como había sucedido

con la Ley de Recuperación, este hecho otorgaba a cada uno de sus

miembros una enorme influencia para exigir cambios en el proyecto de ley

por provincianas o apresuradas que fueran sus peticiones.

Aquella no sería una situación propicia a consideraciones políticas

moralistas, lo cual a Harry le parecía bien, ya que sabía maniobrar, cerrar

acuerdos y ejercer presión como nadie. En las seis semanas posteriores,

mientras el proyecto de ley consolidado era presentado en el Senado y se

entablaban extensos debates sobre cuestiones de procedimiento, la única

acción que verdaderamente importaba ocurrió a puerta cerrada en el

despacho de Harry, donde se reunió uno por uno con los indecisos para

averiguar qué haría falta para que dieran el sí. Unos querían financiación

para proyectos bienintencionados pero de escasa utilidad. Algunos de los

miembros más liberales del Senado, a quienes les gustaba criticar los

enormes beneficios de Big Pharma y las aseguradoras privadas, de repente

no tenían ningún inconveniente con los enormes beneficios de los

fabricantes de dispositivos médicos que contaban con instalaciones en sus

estados, y estaban presionando a Harry para que redujera un impuesto al

sector. Los senadores Mary Landrieu y Ben Nelson condicionaron su voto a

la inversión de miles de millones de dólares de Medicaid en Luisiana y

Nebraska, unas condiciones que los republicanos calificaron

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