07.09.2022 Views

Una-tierra-prometida (1)

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

Solté una carcajada.

—Bueno, eso funcionó de maravilla, ¿no?

A pesar de los desafortunados precedentes, decidimos que valía la pena

intentarlo. Dos días después del día del Trabajo, [5] Michelle y yo nos

dirigimos en la Bestia hasta la entrada del Capitolio y recorrimos a la

inversa los mismos pasos que habíamos dado siete meses antes hasta llegar

a las puertas del hemiciclo de la Cámara de Representantes. El anuncio del

ujier, los focos, las cámaras de televisión, los aplausos, los apretones de

manos al recorrer el pasillo central... a primera vista, al menos, todo parecía

igual que en febrero. Pero esta vez el ambiente que reinaba en la sala era

distinto: las sonrisas resultaban un tanto forzadas, y flotaba en el aire un

murmullo constante de tensión y de duda. O quizá fuera solo que mi estado

de ánimo era diferente. Si justo después de asumir el cargo pude

experimentar alguna sensación de vértigo o algún sentimiento de triunfo

personal, en ese momento se había evaporado por completo y había sido

reemplazado por algo más sólido: la determinación de ver finalizado el

trabajo.

Aquella tarde expliqué durante una hora lo más claro que pude lo que

implicarían nuestras propuestas de reforma para las familias que nos

estaban viendo: que proporcionarían un seguro médico asequible a quienes

lo necesitaran, pero también brindarían una serie de protecciones cruciales a

quienes ya lo tuvieran; que evitarían que las compañías de seguros

discriminaran a las personas con afecciones preexistentes y que eliminarían

el tipo de límites vitalicios que agobiaban a familias como que la de Laura

Klitzka. Detallé de qué modo el plan ayudaría a las personas mayores a

pagar medicamentos que podían salvarles la vida y exigiría a las

aseguradoras que cubrieran los chequeos rutinarios y la atención preventiva

sin ningún coste adicional. Expliqué que toda la palabrería sobre la supuesta

usurpación gubernamental y los «equipos de la muerte» no eran más que

disparates, y que la nueva ley no aumentaría ni un centavo el déficit del

país; y que había llegado el momento de hacerla realidad.

Unos días antes había recibido una carta de Ted Kennedy. La había

escrito en mayo, pero había dado instrucciones a Vicki de que esperara

hasta después de su muerte para enviarla. Era una carta de despedida; dos

largas páginas en las que me daba las gracias por asumir la causa de la

reforma sanitaria, refiriéndose a ella como «el gran asunto pendiente de

nuestra sociedad», a la que había dedicado su vida. Añadía que moriría con

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!