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Una-tierra-prometida (1)

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televisor. Su expresión se hallaba a medio camino entre la ira y la

resignación.

—¡Qué fuerte!, ¿no? —me dijo.

—¿El qué?

—Que te tienen miedo. Nos tienen miedo.

Meneó la cabeza y se fue a dormir.

Ted Kennedy murió el 25 de agosto. La mañana de su funeral, el cielo sobre

Boston se oscureció, y para cuando aterrizó nuestro vuelo las calles estaban

envueltas en un denso manto de lluvia. La escena del interior de la iglesia se

correspondía perfectamente con la magnitud de la vida de Teddy: bancos

repletos de expresidentes y jefes de Estado, senadores y miembros del

Congreso, cientos de funcionarios antiguos y actuales, la guardia de honor y

el ataúd cubierto con la bandera. Pero lo más destacado de la jornada fueron

las historias que contó su familia, sobre todo sus hijos. Patrick Kennedy

recordó que su padre cuidaba de él cuando de pequeño sufría paralizantes

ataques de asma, presionando una toalla fría sobre su frente hasta que se

quedaba dormido. Describió también cómo su padre lo llevaba a navegar

incluso en aguas tempestuosas. Teddy Jr. explicó que, después de perder

una pierna a causa del cáncer cuando era niño, su padre había insistido en

que fueran a montar en trineo, ascendiendo penosamente con él por una

colina cubierta de nieve, ayudándolo a levantarse cuando se caía y

enjugándole las lágrimas cuando estaba a punto de tirar la toalla, hasta que

al final los dos llegaron a la cima y se deslizaron a toda velocidad por los

nevados terraplenes. Aquello —añadió— le sirvió para darse cuenta de que

su mundo no se había venido abajo. En conjunto, aquellas historias

configuraban el retrato de un hombre movido por grandes deseos y

ambiciones, pero también afligido por grandes vacilaciones y pérdidas. Un

hombre que procuraba enmendar las cosas.

«Mi padre creía en la redención —explicó Teddy Jr.—. Y nunca se

rendía, nunca dejaba de intentar corregir los errores, fueran el resultado de

sus defectos o de los nuestros.»

Me llevé esas palabras conmigo a Washington, donde predominaba cada

vez más un ambiente de rendición, al menos a la hora de aprobar un

proyecto de ley de atención sanitaria. El Tea Party había logrado lo que se

proponía, generando montones de publicidad negativa para nuestra

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