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Una-tierra-prometida (1)

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Unidos. Mientras yo llevaba a cabo mis encuentros con la ciudadanía

relativamente sosegados en el oeste del país, los telediarios empezaron a

emitir escenas de eventos parlamentarios paralelos en todo el país, en las

que aparecían congresistas y senadores que de repente se veían

recriminados por los abucheos de multitudes airadas en sus distritos de

origen, o miembros del Tea Party interrumpiendo deliberadamente los

actos, alterando hasta tal punto a algunos de los políticos que se veían

obligados a cancelar sus apariciones públicas.

Me fue difícil decidir qué hacer al respecto. El manifiesto antimpuestos,

antirregulación y antigobierno del Tea Party no era nuevo; los políticos

republicanos y los medios conservadores llevaban años vendiendo su

argumento básico: que las corruptas élites liberales habían secuestrado el

Gobierno federal para sacar dinero del bolsillo de los trabajadores

estadounidenses con el objetivo de financiar el clientelismo de la asistencia

social y recompensar a sus compinches corporativos. Por otra parte, el Tea

Party tampoco resultó ser el movimiento espontáneo de base que pretendía.

Desde un primer momento, diversos grupos vinculados a los hermanos

Koch como Americans for Prosperity, junto con otros conservadores

multimillonarios que habían participado en la reunión organizada por los

Koch en Indian Wells justo después de mi investidura, se habían encargado

de nutrir minuciosamente el movimiento registrando nombres de dominios

web, obteniendo los permisos para celebrar mítines, formando a sus

organizadores, patrocinando conferencias y, en última instancia,

proporcionando gran parte de la financiación, la infraestructura y la

dirección estratégica del Tea Party.

Aun así, no se puede negar que el Tea Party representaba una genuina

oleada populista en el seno del Partido Republicano. Estaba formado por

auténticos creyentes, poseídos del mismo entusiasmo popular y la misma

furia desbocada que ya habíamos visto en los partidarios de Sarah Palin

durante los últimos días de la campaña. Podía entender parte de su ira, por

más que la considerara mal dirigida. Muchos de los estadounidenses

blancos de clase media y trabajadora que gravitaban en torno al Tea Party

llevaban décadas pasándolo mal a causa de los salarios estancados, el

aumento de los precios y la pérdida de puestos de trabajo manual estables

que proporcionaban una jubilación segura. Ni Bush ni la clase dirigente

republicana habían hecho nada por ellos, y la crisis financiera había

diezmado aún más sus comunidades. Y al menos hasta el momento, desde

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