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Una-tierra-prometida (1)

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Obama en esto —anunció en una teleconferencia nacional celebrada con

otros activistas conservadores—, será su Waterloo. Lo hundirá».

Como cabría esperar dado el ambiente reinante, el grupo de tres

senadores republicanos invitados a participar en las conversaciones

bipartitas con Baucus se había reducido a dos: Chuck Grassley y Olympia

Snowe, esta última la senadora de Maine de talante moderado. Mi equipo y

yo hicimos todo lo posible por ayudar a Baucus a obtener su apoyo. Invité a

Grassley y Snowe a la Casa Blanca en repetidas ocasiones, y cada pocas

semanas les llamaba por teléfono para sondearles. Firmamos un montón de

cambios que pidieron que se hicieran en el anteproyecto de ley de Baucus.

Nancy-Ann se convirtió en una figura permanente en el despacho del

Senado de ambos, y llevaba a Snowe a cenar con tanta frecuencia que

bromeábamos diciendo que su marido se estaba poniendo celoso.

«¡Dile a Olympia que redacte el maldito proyecto! —le dije un día a

Nancy-Ann cuando se dirigía a una de aquellas reuniones—. Lo llamaremos

el plan Snowe. Dile que, si vota a favor del proyecto, puede quedarse con la

Casa Blanca... ¡Michelle y yo nos mudaremos a un apartamento!»

Aun así, no había forma de que avanzáramos. Snowe, que se preciaba de

su reputación centrista, sentía un profundo interés por la atención sanitaria

(se había quedado huérfana a los nueve años al perder a sus padres, con

muy poco tiempo de diferencia, a causa de un cáncer y una dolencia

cardiaca). Pero la marcada inclinación derechista del Partido Republicano la

había dejado cada vez más aislada en su propio caucus, haciéndola aún más

cautelosa que de costumbre y con tendencia a disfrazar su indecisión con el

pretexto de profundizar en nimiedades políticas.

El caso de Grassley era otra historia. Se llenaba la boca diciendo que

quería ayudar a las familias agricultoras de Iowa que tenían problemas para

obtener un seguro con el que pudieran contar, y cuando Hillary Clinton

impulsó la reforma sanitaria en la década de 1990, él copatrocinó una

alternativa que en muchos aspectos se asemejaba al plan que ahora

proponíamos nosotros —al estilo de la reforma emprendida por el estado de

Massachusetts en 2006—, incluida la obligatoriedad individual de contratar

un seguro médico. Pero a diferencia de Snowe, Grassley rara vez plantaba

cara a los líderes de su partido en los temas difíciles. Con su larga cara de

pena y su característico acento gutural del Medio Oeste, constantemente

ponía reparos acerca de tal o cual problema que le planteaba el proyecto de

ley sin llegar a decirnos nunca qué haría falta para que diera su apoyo. La

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