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Una-tierra-prometida (1)

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Al día siguiente, sin embargo, no había pasado. Por el contrario, la

historia había eclipsado por completo todo lo demás, incluido nuestro

mensaje sobre la sanidad. Rahm recibió nerviosas llamadas de los

demócratas del Capitolio, y parecía dispuesto a tirarse de un puente.

Cualquiera habría podido pensar que en esa rueda de prensa me había

puesto un dashiki y me había dedicado a lanzar improperios contra la

policía.

Al final accedí a aplicar un plan de control de daños. Empecé por llamar

al sargento Crowley para hacerle saber que lamentaba haber usado la

expresión «de manera estúpida». Se mostró comprensivo y cordial, y en

algún momento propuse que Gates y él viniesen a visitar la Casa Blanca.

Los tres podríamos tomar una cerveza, dije, y mostrar al país que la buena

gente puede superar un malentendido. Tanto a Crowley como a Gates, a

quien llamé inmediatamente después, les entusiasmó la idea. En una

conferencia de prensa que di ese mismo día, les dije a los periodistas que

seguía pensando que los policías habían sobrerreaccionado al arrestar a

Gates, como el profesor había sobrerreaccionado cuando estos se

presentaron en su casa. Reconocí que podría haber medido mejor mis

comentarios iniciales. Mucho tiempo después supe a través de David Simas,

nuestro gurú interno sobre encuestas y mano derecha de Axe, que el asunto

Gates había provocado una enorme pérdida de respaldo entre los votantes

blancos, mayor que cualquier otra debida a un solo acontecimiento a lo

largo de los ocho años de mi presidencia. Y, peor aún, era un respaldo que

nunca recuperaría por completo.

Seis días más tarde, Joe Biden y yo nos sentamos con el sargento

Crowley y Skip en la Casa Blanca para lo que se conocería como la

«Cumbre de la Cerveza». Fue un acto discreto, amable y ligeramente

impostado. Como había imaginado tras nuestra conversación telefónica,

Crowley resultó ser un hombre atento y decente, mientras que Skip tuvo un

comportamiento impecable. Durante en torno a una hora, los cuatro

hablamos de nuestra infancia y nuestro trabajo, y de las maneras de mejorar

la confianza y la comunicación entre los agentes de policía y la comunidad

afroamericana. Cuando llegó el momento de despedirnos, tanto Crowley

como Gates expresaron su agradecimiento por las visitas guiadas que mi

equipo había ofrecido a sus familias, y bromeé diciendo que la próxima vez

quizá podían buscar alguna manera más sencilla de conseguir una

invitación a la Casa Blanca.

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