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Una-tierra-prometida (1)

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asunto a debatir. Fue como si hubiese decidido que iba a compensar mi

fracaso al intentar que las negociaciones en torno al proyecto de ley se

emitiesen en la televisión pública ofreciendo al público un detallado curso

acelerado de una hora de duración sobre la política sanitaria en Estados

Unidos.

A los periodistas no les hizo mucha gracia tanto detalle. Una reseña

insistió en destacar que a veces había adoptado un tono «profesoral». Puede

que ese fuese el motivo de que, cuando llegó el último turno de preguntas,

Lynn Sweet, una veterana reportera del Chicago Sun-Times a la que conocía

desde hacía años, decidiera preguntarme algo completamente ajeno al tema.

«Hace unos días —dijo Lynn—, el profesor Henry Louis Gates Jr. fue

arrestado en su casa de Cambridge. ¿Qué opinión le merece el incidente?

¿Y qué indica sobre las relaciones raciales en Estados Unidos?»

¿Por dónde empezar? Henry Louis Gates Jr. era profesor de Literatura y

Estudios Afroamericanos en Harvard, y uno de los más destacados

académicos negros del país. Además, era un conocido mío, alguien con

quien coincidía ocasionalmente en reuniones sociales. Esa semana, Gates

había vuelto a su casa en Cambridge tras un viaje a China y se encontró con

que la puerta estaba atascada. Un vecino, que había visto cómo Gates

intentaba abrir la puerta a la fuerza, llamó a la policía para denunciar un

posible allanamiento. Cuando el agente que respondió a la llamada, el

sargento James Crowley, llegó al lugar, pidió a Gates que se identificara.

Este se negó en un principio y —según Crowley— le llamó racista. Al final,

Gates mostró su identificación pero, supuestamente, siguió reprendiendo al

agente desde su porche mientras este se alejaba. Cuando una advertencia no

consiguió calmar a Gates, Crowley y otros dos agentes que había pedido de

refuerzo lo esposaron, lo llevaron a la comisaría y lo acusaron de desorden

público. (Esa acusación no tardó en retirarse.)

Como era de esperar, la historia tuvo repercusión nacional. Para buena

parte de los estadounidenses blancos, la detención de Gates era más que

merecida, un caso evidente de alguien que no muestra el debido respeto

durante un procedimiento policial rutinario. Para los negros, no era más que

una muestra de las humillaciones e injusticias, grandes y pequeñas, que

sufrían a manos de la policía en particular y de la autoridad blanca en

general.

Mi propia suposición de lo que había pasado era más particular, más

humana, que la simple fábula moral en blanco y negro que se estaba

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