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Una-tierra-prometida (1)

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sindicales les importaba poco que sus afiliados estuviesen dispuestos a

cambiar una suite de lujo en un hospital, o una segunda —e innecesaria—

resonancia magnética, por la posibilidad de incrementar el sueldo restante

después de impuestos. No tenían confianza en que cualquier ahorro de

costes que la reforma pudiera generar fuese a repercutir de manera positiva

en sus afiliados, y estaban absolutamente convencidos de que serían

criticados por cualquier cambio que pudiese producirse en sus actuales

seguros de salud. Por desgracia, mientras los sindicatos se opusieran al

impuesto Cadillac, la mayoría de los demócratas de la Cámara también lo

harían.

La prensa se hizo eco de los desencuentros, lo que provocó que todo el

proceso pareciese caótico y enrevesado. A finales de julio, las encuestas

reflejaban que eran más los estadounidenses que rechazaban que los que

aprobaban mi gestión de la reforma sanitaria, lo que me llevó a quejarme a

Axe de nuestra estrategia de comunicación. «Estamos haciendo lo correcto

en este asunto —insistí—. Solo tenemos que explicárselo mejor a los

votantes.»

A Axe le molestaba que se culpase a su equipo del problema exacto del

que él me había advertido desde el principio. «Puedes explicarlo hasta

quedarte sin aliento —me contestó—. Pero quienes ya tienen cobertura

sanitaria desconfían de que la reforma los vaya a beneficiar, y eso no lo va a

cambiar ningún montón de datos y de cifras.»

No me convencía, así que decidí que debíamos hacer un mayor esfuerzo

por vender nuestro plan al público. Lo cual explica por qué convoqué una

conferencia de prensa dedicada a la sanidad en horario de máxima

audiencia, ante una sala Este abarrotada de corresponsales de prensa,

muchos de los cuales ya estaban escribiendo el obituario de mi principal

iniciativa legislativa.

Por lo general, disfrutaba de la naturaleza improvisada de las conferencias

de prensa en directo. Y a diferencia del primer debate sobre sanidad durante

la campaña, en el que no había hecho más que murmurar frases

deslavazadas mientras Hillary Clinton y John Edwards se lucían, ahora me

sabía el tema de inicio a fin. De hecho, probablemente me lo sabía

demasiado bien. Durante la rueda de prensa incurrí en una vieja costumbre:

ofrecer explicaciones exhaustivas de todos y cada uno de los aspectos del

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