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Una-tierra-prometida (1)

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en contribuciones por anticipado de cada industria mediante reducciones de

tasas o de pago por Medicare. Además, para hacer más atractiva su

propuesta, Baucus estaba dispuesto a hacer determinadas concesiones

regulatorias. Por ejemplo, prometió a los grupos de interés de las

farmacéuticas que su proyecto de ley no incluiría disposiciones que

permitiesen la reimportación de medicamentos desde Canadá (una popular

propuesta de los demócratas que ponía de manifiesto cómo los sistemas

sanitarios públicos en Canadá y en Europa sacaban provecho de su enorme

poder de negociación para obtener precios mucho más bajos que los que las

grandes farmacéuticas exigían en Estados Unidos).

Tanto política como emocionalmente, habría sido mucho más

satisfactorio para mí enfrentarnos de forma directa a las farmacéuticas y

aseguradoras y ver si podíamos obligarlas a ceder. La popularidad de unas y

otras era bajísima entre los votantes, y con razón. Pero, siendo prácticos, la

estrategia más conciliadora de Baucus era difícil de rebatir. No teníamos

forma de conseguir sesenta votos en el Senado para una reforma sanitaria

de calado sin contar al menos con el acuerdo tácito de los principales

actores del sector. La reimportación de medicamentos era una fantástica

cuestión política, pero al fin y al cabo no teníamos los votos para sacarla

adelante, en parte porque las farmacéuticas estaban radicadas u operaban en

muchísimos de los estados demócratas.

Consciente de todas estas realidades, di el visto bueno para que Rahm,

Nancy-Ann y Jim Messina —un antiguo miembro del equipo de Baucus—,

estuviesen presentes en las negociaciones de Baucus con representantes de

la industria sanitaria. A finales de junio habían alcanzado un acuerdo que

garantizaba cientos de miles de millones de dólares en reembolsos, así

como descuentos más amplios para los jubilados que recurriesen a

Medicare. Y algo igualmente importante: lograron el compromiso por parte

de hospitales, aseguradoras y farmacéuticas de que apoyarían el nuevo

proyecto de ley (o al menos no se opondrían a él).

Habíamos superado un obstáculo enorme, en un ejemplo de la política

como arte de lo posible. Pero para algunos de los demócratas más a la

izquierda en la Cámara, donde nadie tenía que preocuparse por el

filibusterismo, y entre los grupos de interés izquierdistas que aún confiaban

en que se pusieran los cimientos para un sistema sanitario de pagador único,

nuestras cesiones olían a capitulación, a pacto con el diablo. Como Rahm

había predicho, no ayudó nada que ninguna de las negociaciones con la

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