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Una-tierra-prometida (1)

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años más tarde un tribunal mayoritariamente progresista pudo sentenciar

que la Constitución otorga al Congreso una potestad casi ilimitada para

regular la economía. Y cómo un conjunto de jueces, en el caso Plessy

contra Ferguson, pudo interpretar que la cláusula sobre protección

igualitaria permite el «separados pero iguales», y otro grupo de jueces, en el

caso de Brown contra el Consejo de Educación, pudo partir exactamente del

mismo texto para llegar por unanimidad a la conclusión opuesta.

Resultaba que los jueces del Tribunal Supremo siempre habían hecho la

ley.

Con el paso de los años, la prensa y el público empezaron a prestar más

atención a las decisiones del Tribunal Supremo y, por extensión, al proceso

de confirmación de los jueces. En 1955, los demócratas sureños —en una

pataleta tras la decisión sobre el caso de Brown— implantaron la práctica

de hacer que los candidatos al Tribunal Supremo se presentasen ante el

Comité Judicial del Senado para que los interrogasen sobre sus opiniones

legales. La decisión de Roe contra Wade de 1973 concentró aún más la

atención sobre los nombramientos para el tribunal, y a partir de ese

momento cada nominación desencadenó una encarnizada batalla entre las

fuerzas pro y antiabortistas. El tan publicitado rechazo de la candidatura de

Robert Bork a finales de los años ochenta y las comparecencias de Clarence

Thomas y Anita Hill a principios de los noventa —en las que el candidato

fue acusado de acoso sexual— resultaron ser material de irresistible drama

televisivo. Todo lo cual significaba que, cuando llegó mi turno para elegir al

sustituto del juez Souter, lo fácil fue identificar a un buen candidato. Lo

difícil sería conseguir que se aprobase a esa persona evitando al mismo

tiempo un circo político susceptible de hacer descarrilar nuestros otros

proyectos.

Ya teníamos un equipo de abogados encargado de gestionar el proceso de

cubrir las decenas de vacantes en tribunales de menor rango, que enseguida

comenzó a elaborar un listado exhaustivo de posibles candidatos al Tribunal

Supremo. En menos de una semana, la lista se había reducido a unos pocos

finalistas, a los que se pediría que se sometiesen a una investigación de

antecedentes por parte del FBI y que acudiesen a la Casa Blanca para una

entrevista. Entre estos finalistas estaban Elena Kagan, exdecana de la

Escuela de Derecho de Harvard y actual procuradora general, y Diane

Wood, jueza de apelaciones del Séptimo Circuito, ambas expertas juristas

de primer nivel a las que conocía de cuando impartí clases de Derecho

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