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Una-tierra-prometida (1)

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Todas las ideas que tenía de una clase más noble de política tendrían que

esperar.

Supongo que se podrían extraer lecciones útiles de mi primera campaña.

Aprendí a respetar los entresijos de la política, la necesaria atención a los

detalles, el trabajo monótono día tras día que acaba inclinando la balanza

del lado de la victoria o de la derrota. También me confirmó algo que ya

sabía sobre mí mismo: que por mucho que aspirase al juego limpio, desde

luego no quería perder.

Pero la lección más importante que quedó grabada en mí no tuvo nada

que ver con los mecanismos de la campaña o con los rigores de la política:

fue resultado de una llamada telefónica desde Hawái que recibí un día de

principios de noviembre, mucho antes de saber el desenlace de la campaña.

—Ha empeorado, Bar —me dijo Maya.

—¿Mucho?

—Creo que tienes que venir cuanto antes.

Ya sabía que el estado de mi madre se había ido deteriorando; había

hablado con ella apenas unos días antes. Al detectar en su voz un nuevo

nivel de dolor y resignación, reservé un vuelo a Hawái para la semana

siguiente.

—¿Puede hablar? —le pregunté a Maya.

—Creo que no. Va y viene.

Colgué el teléfono y llamé a la aerolínea para adelantar mi vuelo a la

mañana siguiente temprano. Llamé a Carol para cancelar varios actos de

campaña y comentar lo que tenían que hacer en mi ausencia. Maya volvió a

llamar pocas horas después.

«Lo siento, querido. Mamá ya no está.» Mi hermana me contó que no

había vuelto a recuperar la consciencia; Maya había permanecido junto a su

cama en el hospital, leyéndole en voz alta historias de un libro de cuentos

populares mientras mi madre se fue desvaneciendo.

Celebramos un funeral esa semana, en el jardín japonés situado tras el

East-West Center de la Universidad de Hawái. Recordé que había jugado

allí de niño, que mi madre tomaba el sol y me vigilaba mientras yo me

revolcaba en la hierba, saltaba por los escalones de piedra y atrapaba

renacuajos en el arroyo que bajaba por una ladera. Después del funeral,

Maya y yo fuimos en coche hasta el mirador cerca de Koko Head y

esparcimos sus cenizas sobre el mar, mientras las olas rompían contra las

rocas. Pensé en mi madre y mi hermana solas en la habitación del hospital,

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