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Una-tierra-prometida (1)

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sobre los principales actores en el mundo de la sanidad, desde los

proveedores médicos hasta los gestores de los hospitales, pasando por las

aseguradoras y las farmacéuticas. Para hacer todo eso, necesitábamos contar

con un equipo sanitario de primer nivel que nos apoyara en todo momento.

Tuvimos la fortuna de reclutar a un extraordinario trío de mujeres para

que nos ayudasen a gestionar el asunto. Kathleen Sebelius, que durante dos

mandatos había sido gobernadora demócrata de Kansas, un estado con

tendencias republicanas, se incorporó como secretaria de Salud y Servicios

Sociales. Como había sido comisionada estatal de seguros conocía tanto la

faceta política como la económica de la sanidad; además, era una mujer con

dotes políticas suficientes —inteligente, graciosa, extrovertida, dura y hábil

con los medios— para convertirse en la cabeza visible de la reforma

sanitaria, alguien a quien podíamos mandar a la televisión o enviar a

encuentros con la ciudadanía por todo el país para explicar lo que

estábamos haciendo. Jeanne Lambrew, profesora de la Universidad de

Texas y experta en Medicare y Medicaid, ocupó el cargo de directora de la

Oficina para la Reforma Sanitaria del Departamento de Salud y Servicios

Sociales; básicamente, nuestra principal consejera política. Alta, seria y con

frecuencia ajena a los condicionamientos de la política, tenía en la cabeza

todos los datos y sutilezas de cada propuesta sanitaria, por lo que podíamos

contar con ella para llamarnos al orden si nos deslizábamos en exceso hacia

el oportunismo político.

Pero fue en Nancy-Ann DeParle en quien acabé apoyándome más a

medida que nuestra campaña tomaba forma. Era una abogada de Tennessee

que había dirigido programas de salud estatales antes de ser directora de

Medicare en la Administración Clinton, y se comportaba con la pulcra

profesionalidad de quien está acostumbrada a ver cómo el trabajo duro se

traduce en éxito. No sabría decir en qué medida ese ímpetu provenía de su

experiencia de haber crecido siendo chinaestadounidense en un pueblecito

de Tennessee. Nancy-Ann no hablaba mucho de sí misma, al menos

conmigo. Sí sé que, cuando tenía diecisiete años, su madre murió de cáncer

de pulmón, lo que quizá tuvo algo que ver con su disposición a renunciar a

un lucrativo puesto en un fondo de inversión para desempeñar un trabajo

que la obligaría a pasar aún más tiempo lejos de un marido cariñoso y dos

hijos pequeños.

Al parecer, yo no era el único para quien conseguir que se aprobase la

reforma sanitaria era algo personal.

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