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Una-tierra-prometida (1)

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cobertura; el estrés que dio con ella en la cama del hospital cuando su

aseguradora se negó a pagar su solicitud de invalidez, argumentando que no

había revelado una enfermedad previa a pesar de que ni siquiera se la

habían diagnosticado cuando la póliza entró en vigor. La pesadumbre

callada.

Conseguir la aprobación del proyecto de ley sobre sanidad no me

devolvería a mi madre, ni aplacaría el sentimiento de culpa que sentía por

no haber estado a su lado en su último suspiro. Y probablemente llegaría

demasiado tarde para ayudar a Laura Klitzka y su familia.

Pero sí salvaría a alguna madre, en algún lugar, en algún momento. Y por

eso merecía la pena luchar.

La pregunta era si conseguiríamos sacarlo adelante. Por complicado que

hubiese sido lograr que se aprobase la Ley de Recuperación, la idea en que

se basaba la legislación de estímulo económico era muy sencilla: permitir al

Gobierno inyectar dinero lo más rápidamente posible para mantener a flote

la economía y evitar los despidos. La ley no quitaba dinero a nadie, no

obligaba a cambiar el modo en que funcionaban las empresas ni suspendía

programas antiguos para costear otros nuevos. A corto plazo, no había

perdedores.

Por el contrario, cualquier reforma sanitaria de envergadura suponía la

reestructuración de una sexta parte de la economía estadounidense. Una

legislación de esta magnitud implicaba interminables discusiones en torno a

cientos de páginas de enmiendas y normativas, algunas nuevas y otras

resultado de reescribir leyes anteriores: todas ellas con sus propias e

importantes repercusiones. Una sola disposición incorporada a la ley podría

traducirse en ganancias o pérdidas de miles de millones de dólares para

algún sector de la industria sanitaria. Un cambio en alguna cifra, un cero

aquí o una coma decimal allá, podía significar que un millón de familias

más recibiesen cobertura; o no. En todo el país, aseguradoras como Aetna o

UnitedHealthcare tenían un número considerable de empleados, y los

hospitales locales eran un pilar económico para muchos condados y

ciudades pequeñas. La gente tenía motivos de peso —de vida o muerte—

para inquietarse ante cualquier cambio que pudiera afectarle.

Otro asunto era la cuestión de cómo financiar la ley. Yo había

argumentado que, para dar cobertura a más personas, Estados Unidos no

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