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Una-tierra-prometida (1)

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comprometerse a renunciar a incrementos salariales. Las pequeñas

empresas encontraron dificultades para ofrecer a sus trabajadores cualquier

clase de prestación sanitaria. Mientras tanto, las compañías aseguradoras

que operaban en el mercado dirigido a los individuos perfeccionaron el arte

de rechazar a los clientes que, de acuerdo con sus datos actuariales, tenían

mayor probabilidad de hacer uso del sistema sanitario, en particular

cualquiera con una «enfermedad previa», que a menudo definían de tal

manera que incluyese cualquier cosa, desde haber padecido algún cáncer

hasta asma o alergias crónicas.

Así las cosas, no es de extrañar que, para cuando accedí al cargo, hubiese

muy pocas personas dispuestas a defender el sistema imperante. Había

entonces más de cuarenta y tres millones de estadounidenses sin seguro

médico, las pólizas para una cobertura familiar se habían encarecido un 97

por ciento desde el año 2000 y los costes no habían dejado de aumentar. A

pesar de eso, la perspectiva de intentar que el Congreso aprobase una gran

reforma sanitaria en medio de una recesión histórica ponía nervioso a mi

equipo. Incluso Axe tenía dudas, y eso que había experimentado las

dificultades de conseguir atención especializada para una hija con epilepsia

grave y había abandonado el periodismo para convertirse en consultor

político en parte para pagar su tratamiento.

«Los datos son muy claros —explicó Axe cuando debatimos el asunto en

un principio—. Puede que la gente deteste cómo funcionan las cosas en

general, pero la mayoría tiene seguro. En realidad, no piensan en los

defectos del sistema hasta que enferma alguien de su propia familia. Les

gusta su médico. No confían en Washington para arreglar nada. E incluso

aunque crean que eres sincero, temen que cualquier cambio que hagas les

cueste dinero en beneficio de otras personas. Además, cuando se les

pregunta qué cambios les gustaría ver en el sistema sanitario, básicamente

querrían tener acceso a cualquier tratamiento posible, con independencia de

su coste o efectividad, del proveedor que elijan, cuando lo deseen y gratis.

Algo que, por supuesto, no podemos ofrecer. Y todo esto antes de que las

compañías aseguradoras, las farmacéuticas y los médicos empiecen a lanzar

anuncios...»

«Lo que Axe intenta decir, presidente —interrumpió Rahm, con una

mueca en el rostro—, es que esto nos puede estallar en las narices.»

A continuación, nos recordó que había asistido desde primera fila al

intento más reciente de lograr una sanidad universal, cuando la propuesta

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