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Una-tierra-prometida (1)

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tuvieron que contener las lágrimas al ver cómo su viejo jefe se ponía en pie.

Su discurso fue breve; su voz de barítono no resonaba con tanta fuerza

como antaño, cuando rugía en el hemiciclo del Senado. Dijo estar deseando

ser un «soldado raso» en el esfuerzo que teníamos por delante. Para cuando

llegó el turno del tercer o cuarto interviniente, Vicki ya lo había sacado

discretamente de la sala.

Solo lo vi una vez más en persona, un par de semanas después, en la

ceremonia de firma de un proyecto de ley para ampliar los programas de

servicio nacional, que republicanos y demócratas habían acordado bautizar

en su honor. Pero de tanto en tanto pensaba en Teddy cuando Bo entraba en

la sala de los Tratados con la cabeza baja y agitando la cola, para hacerse

una bola a mis pies. Y recordaba lo que me había dicho ese día, junto antes

de entrar juntos en la sala Este.

«Es el momento, presidente. No lo dejes escapar.»

El proyecto de dotarse de alguna forma de sanidad universal en Estados

Unidos se remonta a 1912, cuando Theodore Roosevelt, que había servido

ocho años como presidente republicano, decidió volver a presentarse con

una candidatura progresista y la propuesta de implantar un sistema nacional

de salud centralizado. En aquella época, pocos tenían un seguro privado de

salud, o sentían la necesidad de tenerlo. La mayoría de los estadounidenses

pagaban por cada visita al médico, pero el campo de la medicina se movía a

gran velocidad y se volvía cada vez más sofisticado, y a medida que surgían

nuevas pruebas diagnósticas y procedimientos quirúrgicos, los costes

derivados empezaron a elevarse, lo que hizo más explícita la relación entre

riqueza y salud. Tanto Reino Unido como Alemania habían abordado

situaciones similares mediante el establecimiento de sistemas nacionales de

salud, y otros países europeos terminarían por seguir sus pasos. Aunque

Roosevelt acabó perdiendo las elecciones de 1912, los ideales progresistas

de su partido plantarían la semilla de que una atención médica accesible y

asequible debía entenderse como un derecho más que como un privilegio.

Sin embargo, no pasó mucho tiempo hasta que médicos y políticos sureños

se opusieron con vehemencia a cualquier tipo de intervención

gubernamental en la atención sanitaria, que consideraban una forma de

bolchevismo.

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