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Una-tierra-prometida (1)

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Nuestra primera primavera en la Casa Blanca llegó temprano. Ya a

mediados de marzo el aire era templado y los días más largos. A medida

que el tiempo mejoraba, el jardín Sur se convirtió casi en un parque privado

que explorar: hectáreas de exuberante césped rodeadas por robles y olmos

enormes y frondosos, y un diminuto estanque encajado entre los setos, con

las huellas de las manos de los hijos y nietos de los presidentes grabadas en

el camino que conducía hasta él. Había rincones y escondrijos para jugar al

pilla pilla y al escondite, e incluso algo de fauna silvestre: no solo ardillas y

conejos, también un gavilán colirrojo al que un grupo de niños de cuarto

grado que vinieron de visita bautizaron como Lincoln y un esbelto zorro

patilargo al que a veces podías ver en la distancia, cuando caía la tarde, y

que ocasionalmente se armaba de valor para acercarse hasta la columnata.

Tras haber pasado el invierno metidos en casa, le sacamos el máximo

partido al nuevo patio trasero. Hicimos que instalaran unos columpios para

Sasha y Malia junto a la piscina, justo enfrente del despacho Oval. Si alzaba

la vista durante una reunión a última hora del día sobre tal o cual crisis,

podía ver a las niñas jugando fuera, con cara de felicidad mientras se

balanceaban con todas sus fuerzas. También montamos un par de canastas

de baloncesto portátiles en los extremos de la pista de tenis, para que

pudiese escaparme a echar un partido rápido contra Reggie, y el personal

pudiese jugar partidos de cinco contra cinco entre los distintos

departamentos.

Con la ayuda de Sam Kass, del horticultor de la Casa Blanca, y de una

tropa de entusiastas alumnos de quinto grado de un colegio local, Michelle

plantó su huerto. Lo que esperábamos que fuese un proyecto importante

aunque modesto para fomentar la alimentación sana acabó convirtiéndose

en un verdadero fenómeno que inspiró la creación de huertos escolares y

comunitarios a lo largo y ancho del país, atrajo la atención del mundo y

produjo una cosecha de tal volumen al final de ese primer verano —coles,

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