07.09.2022 Views

Una-tierra-prometida (1)

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

cómo los adultos organizaban clases secretas para enseñar matemáticas,

poesía e historia a los niños, no solo para que aprendieran algo, sino para

que mantuvieran viva la esperanza de que algún día serían libres de

continuar con una vida normal.

En las declaraciones que después hicimos a la prensa, Merkel habló clara

y humildemente de la necesidad de que los alemanes recordaran el pasado;

que lidiaran con la angustiante pregunta de cómo su patria había sido capaz

de perpetrar semejantes horrores y reconocieran la especial responsabilidad

que ahora cargaban al hombro de levantarse ante cualquier tipo de

fanatismo. A continuación habló Elie, describió cómo en 1945 —

paradójicamente— él había salido del campo sintiéndose esperanzado sobre

el futuro. Esperanzado, dijo, porque daba por descontado que el mundo

seguramente había aprendido de una vez por todas que el odio era inútil y el

racismo estúpido, y «la voluntad de conquistar la mente de otras personas o

sus territorios o sus aspiraciones no tenía sentido». Ahora no estaba tan

seguro de que aquel optimismo estuviera justificado, dijo, no después de los

campos de exterminio en Camboya, Ruanda, Darfur y Bosnia.

Pero nos suplicaba, me suplicaba a mí, que saliéramos de Buchenwald

con la determinación de conseguir la paz, que usáramos el recuerdo de lo

que había ocurrido donde nos encontrábamos para no olvidar la ira y la

división del pasado, y para encontrar fuerzas en la solidaridad.

Llevé sus palabras a Normandía, mi penúltima parada del viaje. En un

día claro, casi sin nubes, miles de personas se habían reunido en el

Cementerio Estadounidense ubicado sobre un alto acantilado de la costa

que da a las azules y espumosas aguas del canal de la Mancha. Mientras nos

acercábamos en helicóptero contemplé las playas de guijarros que quedaban

más abajo, donde sesenta y cinco años antes, más de ciento cincuenta mil

soldados aliados, la mitad estadounidenses, se habían lanzado a las

poderosas olas para desembarcar bajo un implacable fuego enemigo.

Habían tomado las dentadas colinas Pointe du Hoc, y finalmente habían

establecido la cabeza del puente que acabaría siendo decisiva para ganar la

guerra. Las hileras de miles de lápidas color hueso a lo largo de un césped

verde intenso eran la prueba del precio que se había pagado.

Me recibió un grupo de jóvenes rangers del ejército que un poco antes

aquel día habían recreado los saltos en paracaídas que habían acompañado

el desembarco anfibio del Día D. Ahora iban en uniforme de gala, y tenían

un aspecto apuesto y en forma, sonreían con merecida arrogancia. Le di un

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!