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Una-tierra-prometida (1)

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palaciegas, conquistas y catástrofes, hechos que entonces parecían igual de

apremiantes que los que me esperaban a mi regreso a Washington. Todo

había sido olvidado, nada de aquello importaba, tanto el faraón como el

esclavo o el vándalo se habían convertido en polvo hacía mucho.

Al igual que todos los discursos que yo había dado, las leyes que había

promovido y las decisiones que había tomado, pronto serían olvidadas.

Al igual que yo y que todas las personas que había querido, algún día nos

íbamos a convertir en polvo.

Antes de regresar a casa, rememoré un episodio histórico más reciente. El

presidente Sarkozy había organizado una conmemoración por el

sexagésimo quinto aniversario del desembarco aliado en Normandía y me

había pedido que dijera unas palabras. En lugar de dirigirnos directamente a

Francia, nos detuvimos primero en Dresde, donde el bombardeo aliado a

finales de la Segunda Guerra Mundial acabó en una tormenta de fuego que

sepultó a la ciudad, acabando con la vida de alrededor de veinticinco mil

personas. Mi visita era un deliberado gesto de respeto a un aliado

incondicional. Angela Merkel y yo visitamos la famosa iglesia del siglo

XVIII que había sido destruida durante el ataque aéreo y reconstruida

cincuenta años más tarde con una cruz dorada y un orbe confeccionado por

un platero inglés cuyo padre había sido piloto de uno de los bombarderos.

El trabajo del platero servía como recordatorio de que incluso aquellos que

peleaban en el lado justo en una guerra no debían perder nunca de vista el

sufrimiento de su enemigo, ni cerrarse a la posibilidad de una

reconciliación.

Más tarde se nos unió a Merkel y a mí el escritor y premio Nobel Elie

Wiesel para una visita al antiguo campo de concentración de Buchenwald.

También aquello tenía una relevancia política práctica: al principio

habíamos considerado la posibilidad de viajar a Tel Aviv después de mi

discurso en El Cairo, pero por respeto a los deseos del Gobierno israelí de

no convertir al asunto palestino en el foco central de mi discurso —para no

alimentar la sensación de que el conflicto árabeisraelí era la principal causa

de la agitación en Oriente Próximo— organizamos en su lugar un viaje a

uno de los epicentros del Holocausto, con la intención de señalar mi

compromiso con la seguridad de Israel y el pueblo judío.

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