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Una-tierra-prometida (1)

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Mientras sostenía la pesada joya me pregunté cuántas veces ese tipo de

obsequios habían sido entregados discretamente a otros mandatarios

durante sus visitas oficiales al reino; mandatarios cuyos países no tenían

reglas que prohibieran aceptar obsequios, o al menos no de forma

obligatoria. Volví a pensar en los piratas somalíes a los que había dado la

orden de ejecutar, todos musulmanes, y en tantos jóvenes como ellos que

estaban al otro lado de la cercana frontera con Yemen e Irak, o en Egipto,

Jordania, Afganistán y Pakistán, cuyos ingresos de toda la vida

probablemente jamás rozarían el costo del collar que sostenía en las manos.

Bastaba radicalizar al 1 por ciento de esos hombres para hacerse con un

ejército de medio millón de personas dispuestas a morir por la gloria eterna,

o tal vez apenas por una pequeña muestra de algo mejor.

Puse el collar en el estuche y lo cerré.

«Muy bien —dije—. A trabajar.»

La zona metropolitana de El Cairo tenía más de dieciséis millones de

habitantes. Al día siguiente no vimos ni a uno solo en el camino desde el

aeropuerto. Las famosas calles caóticas estaban por completo vacías

durante kilómetros, a excepción de los oficiales de policía que hacían

guardia por todas partes, testimonio del extraordinario control que ejercía el

presidente egipcio Hosni Mubarak, y del hecho de que un presidente

estadounidense era un objetivo tentador para los grupos extremistas locales.

Si la tradicionalista monarquía de Arabia Saudí representaba una de las

alternativas de Gobierno árabe actual, el autoritario régimen de Egipto

representaba la otra. A comienzos de la década de 1950, un coronel del

ejército carismático y urbanita llamado Gamal Abdel Nasser organizó un

golpe de Estado militar contra la monarquía egipcia e instauró un Estado

secular de partido único. Poco después, nacionalizó el canal de Suez,

venciendo los intentos de intervención militar por parte de ingleses y

franceses, lo que le convirtió con diferencia en una figura internacional en

la lucha contra el colonialismo y en el líder más popular del mundo árabe.

Nasser siguió avanzando con la nacionalización de industrias clave,

inició una reforma agraria doméstica y promovió enormes proyectos de

obras públicas, todo con el objetivo de eliminar los vestigios tanto del

Gobierno inglés como del pasado feudal de Egipto. En el extranjero,

promovió activamente un nacionalismo panarábico secular, ligeramente

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