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Una-tierra-prometida (1)

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al estilo iraní, tanto dentro de sus fronteras como entre sus socios del Golfo

(aunque mantener ese orden seguía requiriendo de un sistema de seguridad

interna represivo y una amplia censura en los medios). Pero lo hizo a costa

de acelerar un movimiento fundamentalista trasnacional que despreciaba las

influencias occidentales, sospechaba del flirteo saudí con Estados Unidos y

servía como laboratorio para la radicalización de muchos jóvenes

musulmanes: hombres como Osama bin Laden, hijo de un importante

hombre de negocios saudí cercano a la familia real, y los quince saudíes

que, junto a otros cuatro radicales, planearon y ejecutaron los ataques del

11-S.

La palabra «rancho» resultó ser poco apropiada. Con sus enormes terrenos

y sus numerosas villas equipadas con tuberías de oro, candelabros de cristal

y muebles de lujo, el recinto del rey Abdalá parecía un Four Seasons en

medio del desierto. El propio rey —un octogenario con bigote y barba

negros azabache (la vanidad masculina parece ser el denominador común

de todos los líderes mundiales)— me recibió calurosamente en la entrada a

lo que parecía ser la residencia principal. A su lado estaba el embajador

saudí en Estados Unidos, Adel al-Jubeir, un diplomático sin barba educado

en Estados Unidos, cuyo impecable inglés, modales elegantes, destreza para

las relaciones públicas y buenos contactos en Washington lo habían

convertido en la persona clave en las tentativas del reino por controlar los

daños tras el 11-S.

Aquel día el rey estaba de buen ánimo y con al-Jubeir como intérprete

evocó con afecto la reunión entre su padre y Franklin Delano Roosevelt en

1945 a bordo del USS Quincy, hizo énfasis en el gran valor que daba a la

alianza entre Estados Unidos y Arabia Saudí y describió la satisfacción que

sintió al ver que yo había sido elegido presidente. Estaba de acuerdo con la

idea de mi próximo discurso en El Cairo, insistió en que el islam es una

religión de paz e hizo referencia al trabajo que él había hecho

personalmente por fortalecer el diálogo interreligioso. También me aseguró

que el reino iba a trabajar con mis asesores económicos para asegurar que

los precios del petróleo no impidieran la recuperación poscrisis.

Pero cuando llegamos a mis dos peticiones concretas —que el reino y

otros miembros de la Liga Árabe consideraran tener un gesto con Israel que

ayudara a poner en marcha las conversaciones de paz con los palestinos, y

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