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Una-tierra-prometida (1)

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recién descubierto del reino, así como formar una alianza con Estados

Unidos para conseguir armas modernas con el objetivo de asegurar los

yacimientos frente a los estados enemigos. Los miembros de la amplia

familia real contrataban a empresas occidentales para que gestionaran sus

formidables propiedades y enviaban a sus hijos a Cambridge y a Harvard

para que aprendieran una moderna dirección de empresas. Los jóvenes

príncipes descubrieron los atractivos de las villas francesas, de los clubes

nocturnos de Londres y de las casas de apuestas en Las Vegas.

Algunas veces me he preguntado si en algún momento la monarquía

saudí reconsideró sus compromisos políticos, si se dio cuenta de que el

fundamentalismo de Wahab —al igual que todas las formas de absolutismo

religioso— era incompatible con la modernidad, y si llegó a plantearse

utilizar su riqueza y autoridad para guiar al islam en una dirección más

amable, más tolerante. Probablemente, no. Las viejas costumbres estaban

demasiado arraigadas, y a medida que las tensiones con los

fundamentalistas crecían a finales de la década de 1970, la realeza debió de

llegar a la acertada conclusión de que una reforma religiosa inevitablemente

conllevaría también una incómoda reforma política y económica.

En su lugar, y para evitar el tipo de revolución que se había instaurado en

la cercana república islámica de Irán, la monarquía saudí llegó a un acuerdo

con sus clérigos más radicales. A cambio de que legitimaran el control

absoluto de la Casa de Saúd sobre la economía y el Gobierno nacional (y

estuvieran dispuestos a mirar hacia otro lado cada vez que los miembros de

la familia real sucumbieran a ciertas indiscreciones), a los clérigos y a la

policía religiosa se les otorgó la autoridad para regular las interacciones

sociales cotidianas, determinar qué se enseñaba en las escuelas, e infligir

castigos a quienes violaran los decretos religiosos; desde azotes públicos o

amputaciones de manos hasta auténticas crucifixiones. Pero lo más

importante es que la familia real entregaba miles de millones de dólares a

esos mismos clérigos para que construyeran mezquitas y madrazas por todo

el mundo sunita. Como resultado, de Pakistán a Egipto, Mali o Indonesia, el

fundamentalismo fue en aumento, la tolerancia a distintas prácticas

islámicas fue cada vez menor, los impulsos por imponer gobiernos

islámicos fueron cada vez más ruidosos y los llamamientos a una purga de

la influencia occidental en los territorios islámicos —mediante el uso de la

violencia si era necesario— se volvieron cada vez más recurrentes. La

monarquía saudí se podía sentir satisfecha de haber evitado una revolución

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