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Una-tierra-prometida (1)

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funerales cumplían con los rituales prescritos por la fe; las actividades se

reducían en los meses de ayuno, y podía llegar a ser difícil encontrar cerdo

en la carta de los restaurantes. Por lo demás, la gente vivía su vida, las

mujeres llevaban falda corta y tacón en sus vespas para ir a trabajar a la

oficina, los niños y las niñas volaban cometas, y había jóvenes de pelo largo

que bailaban al son de los Beatles y los Jackson 5 en la discoteca local. Los

musulmanes eran esencialmente indistinguibles de los cristianos, los

hindúes o los agnósticos con estudios universitarios, como mi padrastro; se

apiñaban en los atestados autobuses de Yakarta, llenaban las salas de cine

con la última película de kung fu, fumaban en los bares de carretera y

caminaban por las ruidosas calles. En aquel entonces había pocos

abiertamente religiosos, y cuando no eran objeto de burla, al menos se les

dejaba al margen como a los Testigos de Jehová que reparten panfletos en

los barrios de Chicago.

Arabia Saudí fue siempre distinta. Abdulaziz bin Saúd, primer monarca

de la nación y padre del rey Abdalá, había iniciado su reinado en 1932

profundamente influenciado por las enseñanzas del clérigo del siglo XVIII

Muhámad ibn Abd-al-Wahab. Los seguidores de este se jactaban de

practicar una versión pura del islam, consideraban herético el islam de los

chiíes y suníes, y cumplían dogmas religiosos considerados conservadores

hasta para los patrones de la cultura árabe tradicional: la segregación por

género, la elusión del contacto con personas no musulmanas, el rechazo del

arte y la música mundana y otros pasatiempos que pudieran distraer de la

fe. Después de la Primera Guerra Mundial, tras la caída del Imperio

otomano, Abdulaziz consolidó su poder frente a los clanes árabes rivales y

fundó la Arabia Saudí moderna siguiendo los principios de Wahab. Tanto su

conquista de La Meca —lugar de nacimiento del profeta Mahoma y destino

de todos los peregrinos musulmanes que buscan cumplir con los cinco

pilares del islam— como la conquista de la ciudad de Medina, le otorgaron

una plataforma desde la que ejercer una influencia desproporcionada sobre

la doctrina islámica en todo el mundo.

El descubrimiento de los yacimientos petrolíferos saudíes y la

incalculable riqueza que conllevaron, provocaron que esa influencia

creciera aún más. Pero también pusieron de manifiesto las contradicciones

de sostener prácticas ultraconservadoras en un mundo en rápido proceso de

modernización. Abdulaziz necesitaba tecnología estadounidense,

conocimiento técnico y canales de distribución para explotar el tesoro

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