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Una-tierra-prometida (1)

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muy distinta a la que había desarrollado con Favs; podía pasarme una hora

con Ben dictándole mis argumentos sobre alguna cuestión y contar con que

unos días más tarde me iba a traer un borrador que no solo había logrado

captar mi tono, sino que además había canalizado algo más esencial: la

piedra angular de mi visión del mundo, a veces hasta mis sentimientos.

Resolvimos juntos bastante rápido el discurso sobre la lucha

antiterrorista, aunque Ben me comentó que cada vez que mandaba un

borrador al Pentágono o a la CIA para que se lo comentaran, regresaba

editado, con todas las palabras, propuestas o descripciones que se pudieran

considerar remotamente controvertidas o críticas con prácticas como la

tortura, tachadas en rojo; gestos de resistencia no muy sutiles de

funcionarios de carrera, muchos de los cuales habían llegado a Washington

con la Administración Bush. Le dije a Ben que ignorara la mayor parte de

sus sugerencias. El 21 de mayo di el discurso en los Archivos Nacionales,

de pie junto a las copias originales de la Declaración de Independencia, la

Constitución y la Declaración de Derechos, por si aún había alguien dentro

o fuera del Gobierno que no lo había entendido.

El «discurso musulmán», como empezamos a llamar al segundo discurso

importante, era más complejo. Dejando al margen los retratos negativos de

terroristas y jeques del petróleo que salían en las noticias o en las películas,

la mayor parte de los estadounidenses sabía muy poco del islam. Por otro

lado, las encuestas demostraban que los musulmanes de todo el mundo

pensaban que Estados Unidos era hostil a su religión, y que nuestra política

en Oriente Próximo no se basaba en el interés por mejorar la vida de las

personas sino más bien en mantener el suministro de petróleo, matar a

terroristas y proteger a Israel. Debido a esa brecha, le dije a Ben que el

discurso tenía que centrarse menos en resumir las nuevas políticas y estar

más orientado a que se entendieran ambas partes. Eso implicaba reconocer

las extraordinarias contribuciones de la civilización islámica al desarrollo

de las matemáticas, las ciencias y el arte, así como aceptar el papel que el

colonialismo había desempeñado en algunas de las luchas actuales de

Oriente Próximo. Implicaba admitir la indiferencia que Estados Unidos

había mostrado en el pasado frente a la corrupción y la opresión en la

región, y también nuestra complicidad en el derrocamiento del Gobierno

democráticamente elegido en Irán durante la Guerra Fría, al igual que las

dolorosas humillaciones que habían sufrido los palestinos que vivían en los

territorios ocupados. Escuchar esa historia elemental de labios de un

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