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Una-tierra-prometida (1)

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que la Administración previa les ha endilgado sus decisiones y errores, que

el 90 por ciento del trabajo era gestionar problemas heredados y crisis por

venir. Solo si uno conseguía hacer eso lo bastante bien, con disciplina y

sentido, tendría una oportunidad real de modelar el futuro.

Lo que sí me tenía preocupado al final del viaje no era tanto un asunto

concreto como una impresión general: la sensación de que por distintas

razones —algunas de nuestra competencia, otras que se escapaban a nuestro

control— la esperanzada marea de la democratización, liberalización e

integración que se había extendido por todo el planeta tras el final de la

Guerra Fría ahora estaba empezando a retirarse, que esas viejas y oscuras

fuerzas estaban ganando impulso, y que lo más probable era que las

tensiones generadas por la prolongada recesión económica provocaran que

las cosas fueran a peor.

Antes de la crisis financiera, por ejemplo, Turquía parecía ser una nación

en alza, un caso de estudio de los efectos positivos de la globalización en

las economías emergentes. A pesar de una historia de inestabilidad política

y de golpes militares, el país de mayoría musulmana había estado

fundamentalmente alineado con Occidente desde 1950, se había mantenido

en la OTAN, había tenido elecciones regularmente, un sistema de mercado

y una constitución civil que recogía principios modernos como la igualdad

de derechos para las mujeres. Cuando su actual primer ministro, Recep

Tayyip Erdogan, y su Partido de la Justicia y el Desarrollo, llegaron al

poder en 2002-2003, enarbolando proclamas populistas y a veces

abiertamente islamistas, la élite política laica de Turquía dominada por el

ejército se inquietó. La simpatía declarada de Erdogan tanto por los

Hermanos Musulmanes como por Hamás en su lucha por un Estado

palestino independiente en concreto, había puesto nerviosos a Washington y

a Tel Aviv. Y aun así, el Gobierno de Erdogan había acatado la constitución

turca, cumplido con sus obligaciones con la OTAN, gestionado bien la

economía y hasta iniciado una serie de pequeñas reformas para optar a ser

un nuevo país miembro de la Unión Europea. Algunos observadores

afirmaban que Erdogan podía llegar a ofrecer un modelo de islam plural

político moderado y moderno, una alternativa a las autocracias, teocracias y

movimientos extremistas que caracterizaban a la región.

En un discurso ante el Parlamento turco y en un encuentro con

estudiantes del Istanbul College, intenté repetir ese mensaje optimista, pero

mis conversaciones con Erdogan me hacían dudar. Durante la cumbre de la

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