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Una-tierra-prometida (1)

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La prensa internacional consideró un éxito la cumbre: no solo era un

acuerdo más sustancioso del que se había esperado, sino que nuestro papel

central en las negociaciones había ayudado al menos en parte a revertir la

opinión de que la crisis financiera había dañado permanentemente el

liderazgo estadounidense. En la conferencia de clausura, tuve cuidado en

reconocer a todas las personas que habían desempeñado un papel,

agradeciéndole a Gordon en particular su liderazgo y diciendo que vivíamos

en un mundo interconectado, en el que ninguna nación podía vivir sola.

Resolver los grandes problemas, dije, exige el tipo de cooperación

internacional que se había observado en Londres.

Dos días después, un periodista retomó aquello y me preguntó mi opinión

con respecto a la excepcionalidad de Estados Unidos. «Creo en la

excepcionalidad de Estados Unidos —dije— del mismo modo en que

sospecho que los británicos creen en la excepcionalidad británica y los

griegos en la excepcionalidad griega.»

Solo más tarde me enteré de que los medios republicanos y

conservadores habían aprovechado esa declaración sin importancia —una

declaración realizada en un esfuerzo por mostrar cierta modestia y buena

educación— como una muestra de debilidad e insuficiente patriotismo por

mi parte. Los comentaristas empezaron a retratar mis interacciones con el

resto de los líderes y ciudadanos de otras naciones como el «Tour de

disculpas de Obama», aunque lo cierto es que no fueron capaces de rescatar

ni una sola disculpa. Resultaba evidente que mi fracaso a la hora de

aleccionar al público extranjero sobre la superioridad estadounidense, por

no mencionar mi disposición a reconocer nuestros fallos y considerar las

opiniones de los otros países, nos desautorizaba de alguna forma. Era un

recordatorio más de lo escindido que estaba el panorama de nuestros

medios, y cómo aquella parcialidad crecientemente venenosa ya no se

detenía cuando perdía tierra firme. En ese mundo nuevo, una victoria

política en el extranjero bajo cualquier patrón tradicional podía convertirse

en una derrota, al menos en la mente de la mitad de las personas de nuestro

país; unos mensajes que hacían prosperar nuestros intereses y ayudaban a

generar entendimiento en el extranjero ahora podían conllevar toda una

multitud de dolores de cabeza políticos en casa.

Por añadir una nota más alegre, el debut internacional de Michelle había

sido un éxito. Reunió a toda una prensa enardecida con una visita a una

escuela secundaria femenina de Londres. Como ocurrió durante todo el

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