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Una-tierra-prometida (1)

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plan nuclear de Irán sin duda tendría relevancia en cualquier decisión que

tomara, un mensaje no muy sutil, al que Medvédev respondió antes de que

se lo terminaran de traducir.

—Entiendo —dijo en inglés, con una leve sonrisa.

Antes de partir Medvédev me extendió una invitación para viajar a

Moscú ese verano, un encuentro que me sentí inclinado a aceptar. Después

de ver cómo se alejaba su comitiva, me volví hacia Burns y McFaul y les

pregunté qué pensaban.

—Le voy a ser sincero, señor presidente —dijo McFaul—, no sé cómo

habría podido ir mejor. Parecía mucho más abierto a hacer negocios de lo

que esperaba.

—Mike tiene razón —dijo Burns—, aunque me pregunto cuánto de lo

que ha dicho Medvédev proviene de antemano de Putin.

Yo asentí.

—Pronto lo sabremos.

Hacia el final de la cumbre de Londres, el G20 consiguió llegar a un

acuerdo en respuesta a la crisis financiera. El comunicado final, suscrito por

todos los líderes que habían asistido, incluía las prioridades estadounidenses

como compromisos adicionales para el estímulo y un rechazo del

proteccionismo, junto a medidas para eliminar los paraísos fiscales y

mejorar la supervisión financiera que era importante para los europeos,

mientras las naciones del BRICS consiguieron llegar a un compromiso por

parte de Estados Unidos y la Unión Europea para examinar posibles

cambios en su representación en el Banco Mundial y el FMI. En un arrebato

de entusiasmo, Sarkozy me agarró a mí y a Tim cuando estábamos a punto

de salir del recinto.

«¡Este acuerdo es histórico, Barack! —dijo—. Ha ocurrido gracias a ti...

No, no, ¡es cierto! Y este mister Geithner... ¡es fantástico!»

Sarkozy empezó entonces a corear el apellido de mi secretario del Tesoro

como si fuera un hincha durante un partido de fútbol, lo bastante fuerte

como para que varios rostros se volvieran en la sala. Me tuve que reír, no

solo por la evidente incomodidad de Tim sino también por la afectada

expresión de Angela Merkel, que acababa de echar un vistazo a la redacción

del comunicado y ahora miraba a Sarkozy como una madre a un niño

travieso.

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