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Una-tierra-prometida (1)

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nivel en Moscú. De repente, justo un mes más tarde, Yeltsin renunció

elevando a Putin de primer ministro a presidente en funciones; Medvédev

ascendió tras él.

En otras palabras, el presidente ruso era un tecnócrata y un agente entre

bambalinas, sin un gran perfil público ni base política por cuenta propia. Y

esa fue exactamente la impresión que me dio cuando llegó a nuestro

encuentro en Winfield House, la elegante residencia del embajador de

Estados Unidos a las afueras de Londres. Era un hombre bajo, de pelo

oscuro y afable, con unos modales ligeramente formales, casi inseguro, más

un consultor internacional que un político o un burócrata del partido. Al

parecer hablaba inglés, pero prefería recurrir a un intérprete.

Abrí nuestra charla con el tema de la ocupación militar que su país había

hecho en Georgia. Como era de esperar, Medvédev se ciñó estrictamente al

argumento oficial. Acusó al Gobierno de Georgia de precipitar una crisis e

insistió en que Rusia solo había actuado para proteger a los ciudadanos

rusos de la violencia. Rechazó mi argumento de que la invasión y

ocupación continuada violaba la soberanía de Georgia y las leyes

internacionales y sugirió intencionadamente que, a diferencia de las tropas

estadounidenses en Irak, las tropas rusas habían sido recibidas como

auténticos liberadores. Mientras escuchaba todo aquello recordé que en

cierta ocasión, durante la época soviética, el escritor disidente Aleksandr

Solzhenitsyn había dicho sobre la política que «la mentira se había

convertido no solo en una categoría moral, sino en un pilar del Estado».

Pero si la refutación de Medvédev sobre Georgia me recordaba que no

era un boy scout, me pareció que había cierta ironía en la forma en que lo

dijo, como si quisiera darme a entender que realmente no creía lo que

estaba afirmando. La conversación derivó hacia otros asuntos, y también lo

hizo su disposición. Parecía bien informado y constructivo sobre los pasos

que había que dar para controlar la crisis financiera. Manifestó entusiasmo

ante nuestra propuesta de «reinicio» de las relaciones ruso-estadounidenses,

sobre todo en lo que tenía que ver con ampliar la cooperación sobre asuntos

no militares como educación, ciencia, tecnología y comercio. Nos

sorprendió con una oferta espontánea (y sin precedentes) de que el ejército

estadounidense utilizara su espacio aéreo para el transporte de tropas y

equipamiento a Afganistán, una alternativa que reduciría nuestra

dependencia exclusiva de unas rutas de suministro pakistaníes costosas y no

siempre confiables.

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