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Una-tierra-prometida (1)

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Confié en dos expertos en Rusia para que me prepararan para el

encuentro: Bill Burns, subsecretario de asuntos políticos del Departamento

de Estado, y Michael McFaul, director sénior de asuntos europeos y rusos

del Consejo de Seguridad Nacional. Burns era un diplomático de carrera

que había sido embajador en Rusia durante la Administración Bush; era un

hombre alto, con bigote y levemente encorvado, con un agradable tono de

voz y el aire libresco de un catedrático de Oxford. McFaul, por su parte, era

todo energía y entusiasmo, con una amplia sonrisa y una melena rubia.

Nacido en Montana, había sido consejero de mi campaña cuando aún

enseñaba en Stanford y parecía acabar todas las frases con un signo de

exclamación.

De los dos, McFaul era más optimista sobre nuestras posibilidades de

tener cierta influencia en Rusia porque había vivido en Moscú a principios

de los noventa, durante los embriagadores días de la transformación

política, primero como académico y más tarde como el director en el país

de una organización prodemocracia financiada en parte por el Gobierno de

Estados Unidos. Respecto a Medvédev, sin embargo, McFaul coincidía en

que no se debía esperar demasiado de él.

«Medvédev tendrá interés en establecer una buena relación con usted,

para demostrar a todos que forma parte del escenario global —dijo—, pero

debe recordar que sigue siendo Putin el que tiene la sartén por el mango.»

Al repasar su biografía, podía entender por qué todo el mundo daba por

descontado que Dmitri Medvédev estaba atado en corto. A sus cuarenta y

pocos años, criado con ciertos privilegios como hijo único de dos

profesores universitarios, había estudiado Derecho a finales de los ochenta,

se había licenciado en la universidad estatal de Leningrado, y había

conocido a Vladimir Putin cuando los dos trabajaban para el alcalde de San

Petersburgo a principios de los noventa, tras la disolución de la Unión

Soviética. Mientras que Putin había permanecido en política, hasta acabar

siendo primer ministro durante la presidencia de Borís Yeltsin, Medvédev

empleó sus contactos políticos para asegurarse un cargo ejecutivo y una

participación en la compañía maderera más importante de Rusia, en un

momento en que la caótica privatización nacional de activos pertenecientes

al Estado garantizaba fortunas a los accionistas bien conectados. Poco a

poco se convirtió en un hombre rico, y trabajó en distintos proyectos cívicos

sin tener que soportar la carga de estar bajo los focos. No fue hasta finales

de 1999 que regresó al Gobierno, reclutado por Putin para un trabajo de alto

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