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Una-tierra-prometida (1)

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sistema liberal —la libertad individual, el cumplimiento de la ley, la defensa

reforzada de los derechos de propiedad y un arbitrio neutral en las disputas,

aparte de un nivel básico de responsabilidad y competencia gubernamental

— carecían del peso económico y político, por no hablar de un ejército o de

los expertos diplomáticos y políticos que eran necesarios para promover

esos principios a una escala global.

China, Rusia y hasta auténticas democracias como Brasil, India y

Sudáfrica aún funcionaban con principios distintos. Para el BRICS, ser

responsable en asuntos de política exterior implicaba atender a los asuntos

propios. Toleraban las reglas establecidas siempre y cuando sus intereses

prosperaran, y lo hacían más por necesidad que por convicción; parecían

felices de incumplirlos cuando les parecía que podían salirse con la suya. Si

ayudaban a otro país, preferían hacerlo sobre una base bilateral, esperando

algún beneficio a cambio. Para ellos lo contrario era un lujo que solo se

podían permitir los orondos y felices países occidentales.

De todos los líderes del BRICS que asistieron al G20, con el que más me

interesaba relacionarme era con Medvédev. La relación de Estados Unidos

con Rusia estaba en un punto particularmente bajo. El verano anterior —

unos meses antes de que Medvédev llegara al cargo— Rusia había invadido

el país colindante de Georgia, una antigua república soviética, y había

ocupado ilegalmente dos de sus provincias, desencadenando la violencia

entre los dos países y las tensiones con las naciones vecinas.

Para nosotros se trataba de una señal del creciente atrevimiento y

beligerancia general de Putin, una negativa problemática a respetar la

soberanía nacional de los otros países y una desobediencia aún mayor a las

leyes internacionales. En muchos sentidos parecía que se había salido con la

suya: más allá de suspender las relaciones diplomáticas, la Administración

Bush no había hecho nada para castigar a Rusia por su agresión mientras el

resto del mundo se encogía de hombros y seguía a la suya, haciendo

algunos esfuerzos tardíos y condenados al fracaso por aislar a Rusia. Mi

Administración tenía la esperanza de reiniciar la relación con Rusia,

abriendo un diálogo para proteger nuestros intereses, apoyar a nuestros

socios democráticos en la zona y lograr su cooperación para nuestros

objetivos de desarme y no proliferación nuclear. Con ese fin, acordamos un

encuentro privado con Medvédev un día después de la cumbre.

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