07.09.2022 Views

Una-tierra-prometida (1)

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

más de cinco mil años, la conclusión parecía evidente: si había una nación

que podía acabar con la preeminencia global estadounidense, esa nación era

China.

Con todo, al ver la actuación de la delegación china en aquella cita del

G20, me sentí convencido de que ese reto aún estaba a décadas de distancia,

y de que si eso ocurría, lo más probable es que fuera consecuencia de los

errores estratégicos de Estados Unidos. Según todos los testigos, al

presidente chino Hu Jintao —un hombre anodino de sesenta y tantos años

con una mata de pelo negro azabache (por lo que puedo decir, muy pocos

líderes chinos tienen canas al envejecer)— no se le veía como a un líder

particularmente fuerte y compartía su autoridad con otros miembros del

Comité Central del Partido Comunista. Sin duda, en nuestro encuentro

bilateral en la cumbre, a Hu no parecía importarle depender de unos folios

con puntos pendientes de discusión, ni tener más programa aparente que

emplazarme a reuniones posteriores y una cooperación en la que todos

saldríamos beneficiados. Me resultó más impresionante el responsable de

política económica, el primer ministro Wen Jiabao, un hombre de baja

estatura y con gafas que hablaba sin notas y manifestaba una sofisticada

perspectiva sobre la crisis actual: la afirmación de que se comprometía a

diseñar un paquete de estímulos chinos en una escala parecida a la de la Ley

de Recuperación fue probablemente la mejor noticia que recibí en el G20

durante mi presencia. Pero aun así, los chinos no tenían prisa por hacerse

con las riendas del poder mundial, les parecía un quebradero de cabeza

innecesario. Wen no tenía gran cosa que decir sobre cómo afrontar la crisis

financiera que se estaba desarrollando. Desde la postura de su país, esa

responsabilidad era nuestra.

Aquello me impresionó, no solo durante esa cumbre de Londres, sino en

todos los foros internacionales a los que asistí como presidente: incluso los

que se quejaban del papel de Estados Unidos en el mundo seguían

confiando en nosotros para que mantuviéramos el sistema a flote. En

distintos grados, otros países deseaban colaborar, contribuir con tropas a los

esfuerzos de las Naciones Unidas por establecer la paz, o aportar dinero y

apoyo logístico para aliviar los efectos del hambre. Algunos de ellos, como

los países escandinavos, ayudaban muy por encima de su tamaño. De otro

modo muy pocas naciones se sentían obligadas a actuar más allá de sus

intereses, y aquellas que compartían con Estados Unidos un compromiso

básico con los principios de los que depende un mercado basado en un

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!