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Una-tierra-prometida (1)

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humano, de infraestructuras y de una distribución más equitativa de la

riqueza y las oportunidades en el continente africano. Según se decía, sin

embargo, gran parte de la buena voluntad que se construyó gracias a la

lucha heroica de Mandela se había despilfarrado debido a la corrupción y la

incompetencia del liderazgo del Congreso Nacional Africano, lo cual dejó

grandes franjas de la población negra aún empantanadas en la pobreza y la

desesperación.

Por su parte, Manmohan Singh, el primer ministro de India, era

responsable de la modernización de la economía de su país. Era un

economista amable y de tono de voz suave, con una barba blanca y un

turbante que era la marca de su religión sikh pero que desde la perspectiva

de un occidental le hacía parecer un santón. Había sido el ministro de

Finanzas indio desde 1990 y había logrado rescatar a millones de personas

de la pobreza. Durante la duración de su mandato como primer ministro me

pareció que Singh era un hombre sabio, considerado y de una honestidad

escrupulosa. Pero a pesar de su genuino progreso económico, India seguía

siendo un lugar caótico y empobrecido: tremendamente dividido por la

religión y el sistema de castas, cautivo de los caprichos de los políticos

locales corruptos y paralizado por una burocracia provinciana que se

resistía al cambio.

Y luego estaba China. Desde finales de 1970, cuando Deng Xiaoping

abandonó finalmente la vía marxista-leninista de Mao Zedong en favor de

una forma de capitalismo orientada a las exportaciones y dirigida por el

Estado, no ha habido una nación en la historia que se haya desarrollado más

rápido ni haya sacado a más gente de la pobreza más abyecta. Lo que en su

momento había sido poco más que un núcleo de empresas de manufactura y

ensamblaje para compañías extranjeras que buscaban aprovecharse de su

infinito suministro de operarios a bajo coste, ahora era, para orgullo de

China, un conjunto de ingenieros y compañías de primera que trabajaban

con tecnología punta. El descomunal excedente comercial había convertido

a China en un inversor fundamental en todos los continentes; y

resplandecientes ciudades como Shanghái y Cantón se habían convertido en

sofisticados centros financieros, hogar de una clase creciente de

consumidores. Dada su tasa de crecimiento y su tamaño, el PIB de China

prometía sobrepasar en algún momento al de Estados Unidos. Cuando se

añadía eso a un poderoso ejército, una mano de obra cada vez más

cualificada, un Gobierno astuto y pragmático y una cultura cohesionada de

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