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Una-tierra-prometida (1)

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embargo, acabé pensando en Merkel y Sarkozy como dos útiles

complementos el uno del otro: él respetaba la cautela innata de Merkel, pero

con frecuencia la presionaba para que actuara; y ella deseosa de pasar por

alto las idiosincrasias de Sarkozy, pero capaz de rechazar sus propuestas

más impulsivas. También reforzaron el uno en el otro sus instintos

proestadounidenses, unos instintos no siempre compartidos por sus

electores en 2009.

Nada de todo esto implica el menor grado de pusilanimidad ni en ellos ni en

ninguno de los países europeos. Preocupados por proteger los intereses de

sus países, tanto Merkel como Sarkozy apoyaron la declaración contra el

proteccionismo que propusimos en Londres —la economía alemana era

especialmente dependiente de sus exportaciones— y reconocieron la

utilidad de un fondo internacional de emergencia. Pero como ya había

predicho Tim Geithner, ninguno de los dos sentía gran entusiasmo por los

estímulos fiscales: a Merkel le preocupaba el aumento del déficit; Sarkozy

prefería un impuesto universal para las transacciones del mercado bursátil y

quería acabar con los paraísos fiscales. A Tim y a mí nos llevó casi toda la

cumbre convencerles de que se unieran a nosotros para impulsar unas vías

más inmediatas a fin de afrontar la crisis y que llamaran a todos los países

del G20 a aumentar las políticas que promovieran la demanda agregada.

Ellos lo harían, me dijeron, solo si yo era capaz de convencer al resto de los

líderes del G20, sobre todo al grupo de influyentes países no occidentales

conocidos colectivamente como BRICS para que dejaran de bloquear las

propuestas que eran importantes para ellos.

Desde el punto de vista económico, los cinco países que componían el

BRICS —Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica— tenían poco en común, y

no fue hasta más tarde que formalizaron un grupo. (Sudáfrica no se unió

oficialmente hasta 2010.) Pero incluso en el G20 de Londres ya estaba claro

el espíritu que animaba la asociación. Eran países grandes y orgullosos que

en un sentido u otro habían emergido tras largos periodos de hibernación.

Ya no les agradaba que los relegaran a los márgenes de la historia ni ver su

estatus reducido a la condición de poderes regionales. Les desagradaba el

sobredimensionado papel de Occidente a la hora de dirigir la economía

global, y con la crisis vieron una oportunidad de empezar a darle la vuelta al

guion.

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