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Una-tierra-prometida (1)

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aseguraba de llevar siempre documentos de trabajo para adelantar o algo

que leer, o hacía discretos apartes con los demás líderes para tratar algunos

temas mientras otros tenían el micrófono. Pero en aquella primera cumbre

del G20 en Londres, me quedé en mi silla y escuché con atención a todos

los ponentes. Como el niño recién llegado a la escuela, era consciente de

que todas las personas de la sala me estaban tomando la medida, y pensé

que un poco de humildad de novato quizá ayudara para que los demás se

unieran con entusiasmo a las propuestas económicas que iba a hacer.

Ayudó el hecho de que ya conocía a algunos de los líderes de la sala,

empezando por nuestro anfitrión, el primer ministro británico Gordon

Brown, quien había viajado a Washington para encontrarse conmigo unas

semanas antes. Antiguo ministro de Hacienda del Gobierno laborista de

Tony Blair, Brown carecía de las chispeantes dotes políticas de su

predecesor (parecía que todas las menciones a Brown en la prensa

incluyeran el término «adusto») y tuvo la mala suerte de llegar a primer

ministro de Reino Unido justo en el momento de colapso de la economía y

con el cansancio de la gente por un largo mandato de diez años del Partido

Laborista. Pero era atento, responsable y entendía de finanzas

internacionales, y aunque su paso por el despacho Oval resultó breve, tuve

la suerte de tenerlo como compañero en aquellos primeros meses de la

crisis.

Junto a Brown, los europeos más relevantes —no solo de aquella cumbre

de Londres sino de todo mi primer mandato— fueron la canciller alemana

Angela Merkel y el presidente francés Nicolas Sarkozy. La rivalidad entre

las dos naciones más poderosas del continente había provocado una

sangrienta lucha intermitente de dos siglos. Su reconciliación tras la

Segunda Guerra Mundial y su carrera sin precedentes hacia la paz y la

prosperidad se convirtieron en la piedra angular de la Unión Europea. Por

ello, la capacidad europea de moverse en bloque —y hacer de copiloto de

Estados Unidos en el escenario mundial— dependía en buena medida de la

voluntad de Merkel y Sarkozy para entenderse bien.

La mayor parte del tiempo fue así, a pesar de que el carácter de los dos

líderes no podía ser más distinto. Merkel, hija de un pastor luterano, había

crecido en la Alemania Oriental comunista. Había trabajado duro y

obtenido un doctorado en Química Cuántica. Solo entró en política después

de que cayera el Telón de Acero, moviéndose metódicamente entre las filas

de la Unión Demócrata Cristiana con una combinación de dotes

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