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Una-tierra-prometida (1)

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Todas las cumbres internacionales tienen el mismo patrón. Las limusinas se

detienen una tras otra a la entrada del gran centro de convenciones y los

líderes pasan a continuación frente a un escuadrón de fotógrafos; un poco

como si se tratara de una alfombra roja de Hollywood, pero sin vestidos de

gala ni gente guapa. Un oficial de protocolo te recibe en la puerta y te lleva

hasta un vestíbulo donde espera el líder anfitrión con una sonrisa, un

apretón de manos frente a las cámaras y una charla trivial entre susurros. Se

pasa luego a una sala y hay más apretones de manos y charlas triviales,

hasta que todos los presidentes, primeros ministros, cancilleres y reyes se

trasladan a una sala de conferencias impresionantemente grande con una

enorme mesa circular. En la silla encuentras una placa con tu nombre, la

bandera de tu país, un micrófono con instrucciones de uso, un bloc de notas

conmemorativo y un bolígrafo de calidad variable, cascos para la traducción

simultánea, un vaso, botellas de agua o de zumo, y a veces un recipiente

con algo de picar o unos caramelos de menta. La delegación se sienta detrás

y toma notas o pasa mensajes. El anfitrión pide la atención y hace unos

comentarios inaugurales. Y entonces, y durante un día y medio —con

pausas pautadas para los encuentros privados con el resto de los líderes

(conocidos como «bilaterales» o «bilats»), una «foto de familia» (con todos

los líderes alineados sonriendo forzadamente, no muy distinta de la foto de

clase en la primaria) y tiempo suficiente por la tarde para regresar a la suite,

cambiarse de ropa antes de cenar o para acudir a una sesión nocturna— te

sientas allí, luchas contra el jet lag y haces todo lo posible por parecer

interesado. Todas las personas que están a la mesa, incluido tú mismo, van

leyendo por turnos unos anodinos discursos cuidadosamente redactados e

invariablemente mucho más largos del tiempo asignado, sobre sea cual sea

el tema del programa.

Pasado el tiempo, ya con algunas cumbres a las espaldas, adopté las

tácticas de supervivencia de los asistentes más experimentados; me

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