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Una-tierra-prometida (1)

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Aun así, en un grado que no se ha visto igualado por ninguna

superpotencia en toda la historia, Estados Unidos decidió vincularse a una

serie de leyes y normas internacionales. Con frecuencia, actuamos con

moderación en nuestros tratos con naciones más pequeñas y débiles, y no

recurrimos tanto a las amenazas y la coacción para mantener un pacto

global. Con el tiempo, esa voluntad de actuar por un bien común, aunque de

manera imperfecta, fortaleció nuestra influencia en lugar de reducirla, lo

cual contribuyó a la durabilidad general del sistema, y si Estados Unidos no

siempre ha sido amado por todos, al menos éramos respetados y no solo

temidos.

Fuera cual fuese la resistencia que pudiera haber contra la visión global

de Estados Unidos, pareció esfumarse con la caída de la Unión Soviética en

1991. En el vertiginoso transcurso de poco más de una década, Alemania y

más tarde Europa estaban unificadas; los antiguos países del bloque oriental

se apresuraron a ingresar en la OTAN y la Unión Europea; el capitalismo

chino despegó; nuevos países de toda Asia, África y Latinoamérica

sustituyeron el gobierno autoritario por la democracia; y el apartheid tocó a

su fin en Sudáfrica. Los comentaristas proclamaron el triunfo definitivo de

la democracia liberal, pluralista y capitalista de estilo occidental, e insistían

en que los vestigios de la tiranía, la ignorancia y la ineficacia pronto se

verían arrastrados por el fin de la historia, el aplanamiento del mundo.

Incluso en aquella época era fácil burlarse de semejante exuberancia. Pero

una cosa era cierta: en los albores del siglo XXI , Estados Unidos podía

afirmar legítimamente que el orden internacional que habíamos forjado y

los principios que habíamos fomentado (una Pax Americana) habían

ayudado a crear un mundo en el que miles de millones de personas eran

más libres y prósperas y estaban más seguras que antes.

Ese orden internacional seguía vigente en la primavera de 2009 cuando

aterricé en Londres. Pero la fe en el liderazgo estadounidense se había visto

sacudida no por los atentados del 11-S, sino por cómo se gestionó la

cuestión iraquí, por las imágenes de los cadáveres flotando por las calles

inundadas de Nueva Orleans tras el huracán Katrina y sobre todo por la

debacle de Wall Street. Una serie de crisis económicas más pequeñas en los

años noventa apuntaban a fallos estructurales en el sistema global: el modo

en que billones de dólares de capital privado circulando a la velocidad de la

luz, sin el control de regulaciones o supervisiones internacionales

significativas, podían detectar una ligera alteración económica en un país y

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